30 de octubre de 2020, 5:00 AM
30 de octubre de 2020, 5:00 AM


El expresidente y jefe de campaña del MAS, Evo Morales, ha emprendido una nueva campaña nacional e internacional, para asentar la idea de que en las elecciones del 20 de octubre de 2019 no hubo fraude, con un sencillo pero engañoso razonamiento: si el 2020 el MAS ganó la elección con 55,1 por ciento, entonces el 2019 el MAS también ganó con ese mismo porcentaje y por tanto no hubo fraude.

Apostar por que el país y el mundo acepten como verdadero ese falso silogismo puede parecer una ingenuidad, pero hay cuando menos dos destinatarios que podrían dar como válido el reclamo: el electorado ‘duro’ del Movimiento Al Socialismo y la órbita de países con gobiernos populistas o autodenominados socialistas.

Si Morales está detrás de ese empeño, probablemente es porque razones de fondo, y muy importantes, tiene. Lo que es necesario comprender es que cada tiempo y cada escenario son diferentes: en solo 12 meses, desde la anterior elección fraudulenta, como probó enfáticamente la OEA, han pasado muchas cosas que explican abundantemente la dinámica de la preferencia electoral, que, como tal, se mueve en función de un variado grupo de condiciones.

Para comenzar, el candidato del MAS no era el mismo: ¿Por qué se tendría que dar por sentado que la preferencia electoral tendría el mismo porcentaje para Luis Arce que para Evo Morales?

Morales asistía a una elección a la que no podía postular porque la Constitución se lo impedía y porque un referéndum que él perdió, pero luego ignoró, le dijo ‘no’. La manipulación que por entonces se llevó adelante con argucias legalistas apoyadas en el supuesto derecho humano a reelegirse indefinidamente a un cargo electivo está siendo desmantelada por la Corte IDH.

En cambio, Luis Arce no tenía ningún impedimento, ni legal ni ético, para postular a la Presidencia.

Cuando se plantea la teoría de que el resultado de 2020 prueba que en 2019 no hubo fraude se ignora a un personaje no poco relevante de este tiempo en el país y el mundo: el Sars-CoV.2, también llamado Covid-19 y popularmente más reconocido como coronavirus.

Casi ocho meses de paralización de actividades, de pérdida de empleos, de cierre de empresas, de esfumarse los pocos ingresos de las familias más empobrecidas por el cierre de los comercios y la disminución general de la actividad económica golpearon muy fuerte a los hogares.

El impacto del Covid-19 llevó a los electores a comparar tiempos y concluir de manera muy sencilla que ‘antes estábamos mejor’, lo cual es verdad, pero a veces la verdad no escucha razones, y a la hora del voto esa conclusión se manifestó en la reafirmación del viejo adagio ‘más vale viejo conocido que nuevo por conocer’.

La gestión de la presidenta Jeanine Áñez puso su significativa cuota de desencanto por las denuncias de corrupción, su desafortunada postulación cuyo efecto no logró ser revertido con su tardía renuncia de su candidatura y otros factores que en el momento de la votación condenaron a las opciones electorales no masistas al fracaso.

Como esas, hay varias otras razones por las que la votación del MAS creció como la espuma en 12 meses y le permitirá acceder al poder en primera vuelta, cosa que en 2019 era poco probable, donde todo apuntaba a una segunda vuelta.



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