8 de marzo de 2022, 4:00 AM
8 de marzo de 2022, 4:00 AM

Es un día importantísimo, no para celebrar sino para reflexionar y accionar con vitalidad sobre este tormento que es la violencia masculina, las agresiones y el feminicidio que las mujeres sufren inconcusamente de este desatino del instinto que no es identificado a tiempo antes de desarrollarse como actitud, ni dominado por los hombres y lamentablemente no se detiene, pues las estadísticas mundiales son realmente abominables.

La mujer en el discurrir de la historia ha contribuido a las diferentes vertientes de la ciencia con notables inventos y descubrimientos que han mejorado ostensiblemente la calidad de vida de la humanidad, pese a ello, la mujer ha sufrido varios siglos del complejo Matilda, entendido como la reticencia de los hombres de reconocer los logros de la mujer en casi todos los ámbitos, arrogándose simplonamente la autoría.

Son abominables por las estadísticas mundiales sobre el feminicidio; en nuestro país, el pasado año los feminicidios fueron 332 oficiales y otros muchos no denunciados; este año la cifra bordea los 50 denunciados, empero, la cifra real es sensiblemente superior debido al miedo de las víctimas a represalias y por la justicia corrupta.

No se puede comprender  que haya hombres en el mundo que rechazan el movimiento feminista, cuando sería lo más natural y en correspondencia a los espíritus nobles adherirse con acciones a este movimiento debido que es  uno  no  de derechas o izquierdas; es una aspiración legítima de las mujeres, cuya denotación diáfana está especificada por la RAE (Real Academia de la Lengua) y reza: “Es una doctrina común cuya aspiración  es la de mejorar la situación de las mujeres en cuando a la igualdad plena con los hombres”, y las connotaciones están igualmente aclaradas.

Si la comunidad internacional se preocupa intensamente con sensibilidad y honestidad por este todavía insoluble problema social, debe seguir insistiendo en su gravedad; para lograr ese propósito la prensa asume un rol preponderante pues leer artículos esclarecedores sobre el feminicidio que elimina al ser más importante de la creación, horada la consciencia de las sociedades para no elegir la rutina y la indolencia cuando nuestros propios hogares no son afectados por este execrable delito, pero  sí el de los otros.

En Europa y las principales capitales las expresiones de cese definitivo de esta lacra que ensombrece la figura de los hombres es constantemente masiva, y conmueve a las poblaciones por su emotividad y presión a los gobiernos para perseguir a los infractores, además se hace un llamamiento a la prensa para que facilite en una forma gratuita la publicación de los agresores y feminicidas para, además del castigo establecido que no admite recursos de apelación, producirle la muerte civil,

Continúa el salvajismo de mutilar el clítoris de las jóvenes en gran parte del África y las costumbres retrogradas de barbarie señalan que ese procedimiento es el medio para que la joven pueda casarse y ser aceptada por la sociedad, peor aún, los hombres no aceptan a ninguna joven como esposa si no está mutilada; es desgarradora y primitiva esta práctica que lastima la sensibilidad del mundo.

Fundamental es adentrarse a las causas de este desatino imperdonable del instinto masculino de dominio y posesión de otros seres humanos.

 La primera causa nos retrotrae a historia y la literatura que son ricas en ejemplos sobre los celos que son expresión inequívoca de la inseguridad de la posesión: Otelo con la obsesión del Moro que tiende a inducir a aborrecer el amor; su falta de sentido crítico le induce a prestar atención a las sutiles y premeditadas insinuaciones de Yago y su imaginación le crea una jaula en que va a quedar prisionero como un implacable felino en su fiereza. Gabrielle D Annuncio en el “Inocente” describe magistralmente la pasión de Tulio Hermill que estremece al lector por el crimen que comete por su incontenible amor.

 La segunda es la diferenciación de celos, pues el celoso de imaginación altamente peligroso, duda sin pruebas temiendo el engaño que zahiere su amor propio y dignidad; el celoso de los sentidos que supone o sabe, duda de la exclusiva posesión  en el futuro y sufre de no poder olvidar lo que ha perdido y,  más intensos son los celos del corazón que perdonan y siguen amando, extrayendo la conclusión de orden psicosomático que a cada temperamento le corresponde un tipo distinto de celos  y su consecuente reacción.

Los celos difieren en cada individuo pues nunca se equiparan el temperamento y la experiencia: el que ama como Werther, la excepcional creación de Goethe no puede tener celos análogos a los que aman como Don Juan; el inteligente, el tonto, el soberbio y vanidoso, el digno, el joven, el viejo celan de distinta manera así cada celoso tiene los celos según su forma de amar.

Son diferentes en profundidad los celos del amante y del cónyuge pues son muy distintos los egoísmos exaltados en celos por la seguridad de posesión y propiedad en el cónyuge y en los del amante obra el amor propio.

 La infidelidad revela al amante la desilusión de otro amor y le humilla admitir la desilusión amorosa del ser que aún sigue siendo el objeto de su propia ilusión; por el contrario, para el cónyuge la infidelidad representa un hurto en perjuicio de la posesión exclusiva y perenne pactada contractualmente en el matrimonio.

Observe la lectora que mientras se cobije en el espíritu del hombre la posesión, siempre las relaciones serán tortuosas pues implica sumisión y subestimación a la mujer, lo cual hoy es parte de la noble lucha de la mujer por la igualdad plena de género.

Ilustrativo para los lectores es distinguir los celos de otras pasiones que le son parecidas; es en el amor propiamente dicho en que la afección entre personas de distinto sexo donde los celos expresan pasión desequilibrada y casi siempre dramática, conmovedora e infelizmente trágica.

La imaginación estructura los celos más trágicos; el celoso imaginativo construye absurdas quimeras que lo obsesionan, no teme lo que sabe sino lo que ignora; los celos de imaginación cuando nacen sobre temperamentos perversos se convierten en un insaciable afán de hacer sufrir, en un verdadero sadismo sentimental.

Los celos del que ama con los sentidos sufre la pasión de los mismos bajo otra forma ya que objetiva las imágenes físicas de la infidelidad y en esta clase de celos tiene parte mayoritaria el sentimiento de propiedad que el amor propio; el daño causado irrita más que el temor de la pérdida de reputación y, si no puede perdonar, debe dejar de amar pues seguirá atormentando a la persona que pretende creer amar.

Cuando solo se ama a sí mismo no puede seguir llamando amor a su vanidad, a su odio; el mal ajeno nunca fue remedio al dolor propio pues se extraña la dignidad en los celos que no perdonan ni olvidan. Por ello la moral cristiana no es obsecuente cuando pregona que debe preferirse al celoso que sufre y perdona al celoso que odia y mata.

Hoy convivimos con horror el incremento espeluznante de casos de feminicidio en América Latina, especialmente en Bolivia, Perú y Ecuador como efecto, teniendo como causa o fundamento a los celosos imaginativos cuyos celos son odio que ciega, vanidad que los convierte en verdugos y en víctimas.

Lo razonable a este inextricable tema que se analiza en esta columna, debería conducir a que todo hombre sea digno y renuncie al amor de la persona cuya ilusión sentimental no ha podido preservar, por su obcecado y no superado machismo y su afán de posesión, de lo contrario, está latente la potencialidad a la comisión de violencia verbal, agresiones físicas hasta decantar en el feminicidio.

Será un imperativo que la felicidad de los amantes se emancipe de los prejuicios egoístas que envenenan toda experiencia sentimental, obteniendo como corolario importantísimo que se debe respetar profundamente a la mujer y con convicción como el ser más importante de la creación.

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