10 de enero de 2021, 5:00 AM
10 de enero de 2021, 5:00 AM


El asalto al Capitolio estadounidense, con imágenes que aún resultan increíbles, marca un punto de inflexión que permite una detención para observar que Estados Unidos es el último de varios países donde se ha usado la democracia para abusar del poder; donde se enarbolan los nobles valores de la libertad para destrozar la institucionalidad que largamente construyen las naciones.

En los últimos años esa manipulación de la democracia ha ganado espacio en países como Venezuela, desde Hugo Chávez y ahora con Nicolás Maduro; en Nicaragua, con Daniel Ortega; en Bolivia, con Evo Morales. Todos ellos usaron el poder para copar instituciones del Estado, como la justicia, anular a las oposiciones contestatarias y pretendieron atornillarse del poder para gozar de sus mieles, llegando a extremos como el de Venezuela donde se pretende hacer creer que hay “elecciones democráticas” sin la participación de la oposición o el de Nicaragua, donde para acallar al pueblo no se dudó en usar la represión y las balas.

En Rusia hay una democracia aparente, pero de ninguna manera real. En este país, todos los poderes están supeditados a un único poder, el de Vladimir Putin, que lo usa para beneficio personal como cuando hace aprobar una inmunidad vitalicia para que nadie lo toque o cuando es implacable a la hora de apresar, juzgar y condenar a todo aquel que se atreva a cuestionarlo su país.

En Estados Unidos, Donald Trump marcó en cuatro años un gran retroceso para la institucionalidad y para la imagen de ‘faro de la democracia’ que proyectaba este país. En su afán de no ser “despedido” de la Casa Blanca lanzó mentiras acerca de fraude electoral, quiso usar la justicia a su favor y, al haber fracasado en todo eso, recurrió a la violencia hasta que se le fue de las manos, e hirió a la democracia de su país.

Estas acciones alientan a los extremistas en todos los continentes del planeta. Al ver lo que ocurre en estos y en otros países, se termina creyendo que es posible cambiar el orden mundial. ¿A quién beneficia todo esto? Sin duda, detrás de estas acciones hay poderes ocultos que se aprovechan de la falta de principios democráticos de estos líderes, afanes económicos legales y también ilegales que al final son gravitantes para definir el destino de los pueblos.

También contribuye la sociedad del inmediatismo en la que estamos ahora. Con Donald Trump se ha visto el poder de un dedo detrás del teclado de un teléfono inteligente con mensajes impulsivos que causan Estado. De esto ya se han dado cuenta los CEO de Twitter y de Facebook, aunque no se sabe si el veto al actual presidente de EEUU tiene más que ver con la censura mundial que con una toma de conciencia de la toxicidad de los mensajes.

Al haberse visto un ataque al Capitolio en tiempo real, al haber quedado en duda la seguridad y la institucionalidad de EEUU, es preciso que los congresistas dejen un precedente, a fin de demostrar que no se puede jugar con la democracia y quedar en la impunidad.

En los países donde la institucionalidad no es tan fuerte, es preciso que la sociedad civil presione para evitar los poderes totales a nombre de la democracia. Respetar los principios de la democracia, sobre todo, la libertad de expresión y los Derechos Humanos es un camino estratégico, para que haya un freno a este precipitado deterioro democrático mundial. A escala de relaciones internacionales, es fundamental la censura a este tipo de conductas.

La democracia está bajo ataque. ¿Qué se hará en el planeta para protegerla?



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