Bolivia o el síndrome de la ‘rana hervida’
Imagina a una rana en una olla de agua fría, mientras la temperatura va subiendo de forma gradual, la rana no salta ni intenta escapar. Una vez el agua finalmente hierve, la rana fallece sin haber hecho nada para salvarse. Sin duda, el síndrome de la rana hervida es una metáfora inquietante, pues demuestra cómo las personas pueden adaptarse a condiciones adversas sin reaccionar a tiempo, hasta que ya es demasiado tarde. Y, aunque pueda parecer extremo, Bolivia vive una situación similar: el agua se calienta cada vez más, y la mayoría de los ciudadanos parecen inmóviles frente a una crisis que se agrava cada día.
La economía boliviana muestra señales de alarma: el déficit fiscal ha alcanzado niveles históricos, la deuda externa sigue creciendo, el tipo de cambio paralelo en el mercado negro se ha disparado, y las reservas internacionales están peligrosamente bajas. Cada uno de estos indicadores es como un grado más de temperatura que se suma al agua en la que nos encontramos. Sin embargo, el gradualismo de la crisis parece haber generado una falsa seguridad, como si la situación pudiera sostenerse indefinidamente y no empeorar aun más.
A esto se suma un silencio alarmante de lideres y autoridades. Mismos que deberían estar ejerciendo presión sobre el gobierno central para exigir cambios profundos y necesarios, no se olviden que, el que calla e ignora, también es cómplice. Es como si la inercia de la política, sumada a la incertidumbre, los hubiera paralizado, privando a la ciudadanía de voces que representen sus necesidades y exijan soluciones concretas.
La falta de reacción ante esta crisis tiene varias explicaciones, y una de ellas es la sensación de que las cosas aún pueden resolverse por inercia. Durante los años de bonanza económica, impulsada en gran parte por los altos precios de los hidrocarburos y materias primas, Bolivia vivió una época de estabilidad y crecimiento que hoy genera una percepción distorsionada de la realidad. Muchos ciudadanos creen que, de alguna forma, el país encontrará una salida milagrosa, como si el agua que se calienta no fuera un peligro real.
Sin embargo, esta inacción también es una consecuencia de la falta de transparencia y de la rendición de cuentas precisas. La narrativa del gobierno presenta la situación como un problema transitorio o como el resultado de factores externos, mientras se minimizan los problemas estructurales que fueron causados por ellos mismos. La población, al no tener acceso a información clara, permanece en una especie de letargo, sin ver el agua hirviendo a su alrededor.
Para enfrentar este síndrome, la sociedad debe despertar y exigir respuestas. No es momento de permanecer inactivos o de seguir confiando en que los problemas se resolverán solos. Se necesita una ciudadanía crítica que demande transparencia y que esté dispuesta a tomar decisiones difíciles. Sin embargo, este despertar no solo corresponde al ciudadano común; también implica que el liderazgo político asuma la responsabilidad y reconozca la urgencia de tomar medidas que, aunque puedan parecer “drásticas”, son necesarias para evitar una crisis mayor.
Al final, la política partidaria la cual hoy está consumiendo todos los escenarios no da de comer a nadie, es el trabajo digno, independiente o a grandes escalas empresariales. Claro ejemplo es que ahora, el modelo fracasado del MAS, quiere liberar las importaciones de hidrocarburos, porque por supuesto, como todo proceso productivo que interviene el Estado fracasa, debe otorgar el mismo al empresariado para arreglar sus paupérrimos manejos. Todo esto no se trata de alarmismo, sino de enfrentar la realidad y actuar.