Opinión

6 de agosto de 2020, 9:41 AM
6 de agosto de 2020, 9:41 AM

Bolivia recibe su aniversario de cara a dos caminos. Uno de ellos ya es viejo y conocido, se llama confrontación, lamento, retraso. El otro se abre como una maravillosa oportunidad, salir de la crisis con luces para avanzar hacia la unidad y el desarrollo de todas las posibilidades que son infinitas. 195 años después de haber sido creada, esta patria aún debe caminar por la cornisa, mirando hacia el abismo y cuidando de no caer en él. En cambio, hay mentes nuevas y brillantes que empiezan a concebir que hay otra manera de vivir, que se puede mirar al sol y resplandecer. Es una pulseada en la que ya llevan ventaja los nuevos, los que forman parte del mundo global, los que se cansaron de mirar el retrovisor.

Hartos de la historia de los 500 años de discriminación, de cargar con el rencor de pocos afectando el destino de muchos, los más jóvenes de este país demostraron que es posible hacer revoluciones sin confrontación, que se puede provocar cambios con medidas pacíficas. Esa ha sido la más importante lección en los últimos años. Desde la demanda de respeto al voto en el referéndum de 2016 por el No a la reelección de Evo Morales, hasta la exigencia de que no se escamotee el sufragio de los bolivianos, durante y después del fraude de la última elección.

Por supuesto que la mala conducción política, que viene de décadas atrás, ha dejado huellas profundas que se reflejan en las carencias que son evidentes en el presente. La salud abandonada y miserable en el momento en que más se necesitan recursos humanos, medicamentos, infraestructura y más. La educación atrasada y mediocre, cuyos gestores prefieren seguir relegando antes de apostar por la creatividad para enfrentar nuevos desafíos.

Es que en el país hay gente nueva y proactiva, pero esa gran ventaja se enfrenta a políticos y dirigentes sindicales anquilosados en los años 60 o 70, añorando un mundo que ya no existe, usando métodos que esclavizan y someten en base a la amenaza, al bloqueo, a la descalificación del otro, al perjuicio para todos. Y así pretenden hablar a nombre de toda la población, cuando lo que quiere la ciudadanía es que Bolivia dé saltos importantes en la economía, en la salud, en la educación, en la tecnología y mucho más.

Ya no se puede tapar con un dedo que en el mundo hay digitalización, que hay trabajo colaborativo, que es posible desarrollar inteligencia artificial para facilitar los procesos que, por el atraso, siguen siendo morosos y burocráticos en nuestro país.

Esa es la realidad a la que ahora se enfrenta esta Bolivia que cumple 195 años de libertad. Sí, se ha liberado de la Colonia española, pero sigue presa de los malos políticos que la gobernaron desde siempre; de los que solo usaron su nombre para enriquecerse o beneficiarse con el poder; de los que perpetúan la corrupción en acciones mezquinas que ya se deben terminar.

En contraposición a esas oscuras fuerzas, que ya van de salida, en Bolivia hay millones de personas capaces de reinventar su futuro, de generar oportunidades, porque saben que este país no es una isla, sino un corazón que palpita de cara al futuro. Hay niños y jóvenes que ya no esperan, sino que son protagonistas del presente construyendo el futuro.

En este momento, a cinco años del Bicentenario, los bolivianos tienen dos caminos en frente. En las decisiones de este presente se edificará el futuro. En los pasos que se den aquí y ahora está la definición de quiénes seremos el día de mañana.



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