3 de agosto de 2024, 4:00 AM
3 de agosto de 2024, 4:00 AM


“Qué difícil es amar a Bolivia”. No me culpen de la frase. La autoría corresponde a Jaime Paz Zamora. Era 2002 y el expresidente justificaba de esa manera su reciente alianza política que permitiría a Gonzalo Sánchez de Lozada acceder a su segundo mandato presidencial. Este 6 de agosto, el país encarará con cierta esperanza la ruta hacia el bicentenario de su independencia. El anhelo de días mejores para los bolivianos es un sentimiento compartido; la ruta a seguir marca las diferencias profundas y la lucha de dos modelos (o más).

“El obstáculo es el camino”. Este proverbio zen invita a una profunda reflexión sobre los problemas que atravesamos en la realidad y la mejor manera de transformarlos en oportunidades. Es cierto que urgen respuestas inmediatas para recuperar la confianza en el sistema. La falta de dólares, la escasez de diésel y la inestabilidad del mercado ahogan las esperanzas de una recuperación económica y social. Y en paralelo, también es necesario elaborar un plan macro de desarrollo estratégico para Bolivia, unos lineamientos que garanticen condiciones esenciales para la inversión, la innovación y el emprendimiento.

Más preocupan los ‘culpables’ que las soluciones. En el debate político actual, los actores, del oficialismo y la oposición, centran sus discursos en apuntar a los responsables de una crisis compleja. Es parte de las ‘recurrentes’ agendas. Creen que las actitudes cuestionadoras les retribuirá rédito político y votos en un futuro electoral. Puede ser, puede que se consoliden como elegibles. ¿Resuelve eso las urgencias de la población? Para nada. Los actuales actores políticos han olvidado uno de los pilares del crecimiento político y económico: los planes de desarrollo sostenible. Propuestas como el plan Bohan, a nivel nacional, o el plan Techint, a nivel local, ofrecieron una solvencia real para el progreso.

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