10 de agosto de 2024, 4:00 AM
10 de agosto de 2024, 4:00 AM

La gran antorcha olímpica se apagará mañana. Durante casi 20 días, las competiciones deportivas han servido como lección de vida para atletas y aficionados. La rivalidad estuvo siempre relegada. Actitudes como el esfuerzo y la entrega resaltaron en las más de 330 pruebas. La hermandad del deporte ha trascendido las fronteras en pequeños gestos cargados de sentido. Basta resaltar el respetuoso gesto de Simone Biles y Jordan Chiles para recibir en lo más alto del podio a la brasileña Rebeca Andrade, medalla de oro en la prueba de suelo.

La intensidad compartió escenario con la empatía. Francia albergó a 10.500 deportistas. Durante meses, sino años, se prepararon para la cita. Se jugaban mucho más que un triunfo. La deportividad se vivía en la victoria y, ante todo, en la derrota. Es sorprendente como la convivencia entre los mejores deportistas del mundo se ha caracterizado por la fraternidad que se respiró en la Villa Olímpica. Incluso, desde la lejanía, hemos sido testigos de ese entusiasmo olímpico con la participación de nuestros representantes.

Lejos de las medallas, estallan los odios. En los mismísimos suburbios de París, las calles de Birminggham (Inglaterra)o los barrios de Bangladesh no se reparten medallas ni diplomas. La violencia racial marca una dolorosa realidad que crece de manera incontrolada en muchas regiones. El panorama no es distinto en Latinoamérica. La polarización ideológica está incrustada en el continente desde hace un par de décadas. Las sociedades abiertamente confrontadas se alejan de los entornos de convivencia pacífica y siembran relaciones de alimentadas por el odio.

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