Cara a Cara
Bolivia se ha tornado en un tobogán de emociones. En una misma semana pasamos de la alerta por los devastadores incendios a la preocupación por la economía familiar ahondada por la subida del precio de la carne. Entre medio nos madrugamos con un escándalo judicial de proporciones internacionales. Y sobrellevamos todo eso con total naturalidad. Con solo decir “así es Bolivia” justificamos un sinfín de sucesos que se normalizan. Desde la más vergonzosa corrupción política hasta el más cruento feminicidio se ‘absorben’ socialmente sin mayor cuestionamiento.
Buscamos y etiquetamos a los responsables. Buena cuenta de ello recae en los políticos, blanco de todas las críticas por su inacción y dejadez. La policía, la justicia y muchas otras instituciones son también objeto de nuestra iracunda expresión de rechazo. Pero más allá de estas figuras públicas del escarnio, nos olvidamos de un silencioso paciente que sobrevive famélico tantas agresiones. La identidad de los bolivianos se deteriora con tanta embestida brutal. Al igual que los bosques sufren por los incendios, nuestro equilibrio emocional se tambalea con la descarnada realidad que vivimos.
Nos merecemos un presente digno. O lo que es lo mismo, políticos que se desempeñan con actitud de servicio a la ciudadanía, policías que brindan seguridad mientras los jueces siembran la confianza social cuando imparten justicia. Nos merecemos un país que ofrezca oportunidades a los emprendedores, estabilidad a los trabajadores, bienestar a nuestros mayores y un futuro a los niños. Un país que nos acoja con su familiaridad, nos arrope con sus bosques y nos alimente con su gente; nos merecemos un país que nos permita soñar.