Cara a Cara
Hoy leí que madurez es comprender que en Navidad los regalos no están bajo el arbolito, sino que están sentados a tu lado. Y efectivamente, no hay nada más cierto. Mientras todavía permanece el espíritu de solidaridad que invade en esta fecha tan especial, da tanto gusto ver las fotos familiares en redes sociales, con generaciones reunidas en torno a una mesa. Pero más gusto da aún descubrir que abunda la gente buena. Hace una semana yo escribía en esta misma columna sobre las cartitas de fe de un grupo de niños que están recibiendo quimioterapia y que con ilusión pedían un regalo a Papá Noel. Hoy con mucho gusto me toca informar que a todos los niños se les cumplió su deseo, y en muchos casos, incluso, recibieron el doble de lo que pidieron.
Corazones solidarios que disfrutan más el dar que el recibir, se encargaron de renovar mi esperanza, más cuando son muy pocas las buenas noticias para dar en el día a día, y cuando el mundo te dice que hay crisis, que el futuro se proyecta negativo, confirmar que contra todo pronóstico, la gratitud, la consideración y el desprendimiento hacia un desconocido todavía existen. Eso no tiene precio.
Que no nos engañen ni nos roben la alegría y la paciencia. El ser humano tiene la capacidad de caer para levantarse y tiene el don de redimirse. Esta Navidad, Alexander, Brenda, Liam, Yuliana e Itzayana esperaron el nacimiento del niño Jesús con las fuerzas debilitadas por la quimioterapia, pero también sintieron el amor de los suyos y de personas desconocidas cuyos corazones fueron tocados. Estos últimos entregaron algo material, pero a cambio recibieron una gratificación mayor. En el Cara a Cara el jueves pasado terminé la última línea prometiendo:
va a entregar algo, pero créame, usted será el que saldrá ganando, y así fue.