29 de marzo de 2022, 4:00 AM
29 de marzo de 2022, 4:00 AM


Presidente Luis Arce,

Sé que usted es una persona muy ocupada, pero me imagino que habrá recibido el más reciente comunicado de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia (CEPB) hecho público el pasado 20 de marzo. En ese comunicado, la CEPB responde a la demanda de incremento salarial propuesta por la COB solo tres días antes. La COB había propuesto que su Gobierno ordenara un incremento del 10% al salario mínimo nacional y un incremento del 7% al salario básico. El comunicado de la CEPB rechazó tales pedidos y le pidió una audiencia para tratar el tema.

Soy un empresario boliviano y le escribo directamente porque el comunicado de la CEPB no me representa. La CEPB argumenta que la demanda por un incremento salarial llega en un mal momento dada la “grave situación en la que se encuentran las empresas… por los efectos de la pandemia y la incertidumbre mundial respecto al rumbo de la economía.” La CEPB también esgrime que el incremento salarial puede “forzar el cierre de unidades productivas,” y que dicho incremento “solo beneficiaría al 17% de los trabajadores” que tienen un trabajo formal. El comunicado finaliza diciendo que “es necesario el consenso…para enfrentar los problemas generados por una crisis sostenida que ha precarizado más el empleo”.

Todo eso es cierto y la CEPB se lo podrá demostrar si se reúnen. Me temo, sin embargo, que no son las verdaderas razones por la que los empresarios dignos nos oponemos a las demandas del sindicato cobista. La razón fundamental para oponernos a esas demandas es la misma por la que arriesgamos nuestros recursos diariamente en un testarudo afán por emprender: nuestro compromiso indefectible con la libertad. Así es, señor presidente, la razón fundamental por la que los empresarios dignos nos oponemos a imposiciones como el salario mínimo no es económica, sino moral. Me explico.

La esencia de nuestro trabajo es producir bienes y servicios con el objetivo de ganar la mayor cantidad de plata posible. Sí, como lo lee. Nuestro objetivo es maximizar beneficios para nosotros y nuestras familias. Punto. Y aunque en estos días posmodernos eso suene mal, ningún empresario que se digne estará jamás avergonzado de decirlo. El verdadero empresario estará siempre orgulloso de ganar plata porque la única forma de hacerlo es produciendo algo que la gente quiera comprar de forma voluntaria. La naturaleza del mercado es la libertad de elegir. Los empresarios no podemos obligar a nadie a comprar nuestros productos, solo podemos esperar que decidan hacerlo si consideran que nuestros productos y sus precios le son convenientes. Eso significa que nuestro trabajo es tremendamente complicado. Debemos pensar cada día en cómo mejorar nuestra oferta y hacerla más barata. Si no lo hacemos, la gente preferirá la competencia y habremos fracasado. Ganar plata, por lo tanto, es simplemente el resultado de trabajar sin descanso por producir mejores bienes y servicios que la gente comprará porque le mejoran la vida de alguna forma. Ser empresario y competir es una actividad eminentemente moral de la que uno se siente profundamente orgulloso.

El empresario digno respeta irrestrictamente, entonces, la libertad de elegir del consumidor y la libertad de otros empresarios de competir por esa preferencia. Lo hace convencido de que esas libertades producen reglas de juego que le dan a él mismo la oportunidad de ganarse un lugar en el mercado y ser exitoso. ¿Cómo podríamos aceptar entonces que un sindicato nos imponga, a través de decretos suyos, el pago de un determinado precio por servicios laborales? Si nosotros no obligamos a nadie a comprar nuestros productos a un determinado precio, ¿por qué deberíamos aceptar calladitos que un gobierno nos obligue a pagar un determinado precio por la contratación de trabajadores?

No importa, por lo tanto, si fue un año bueno o un año malo, no importa si la economía creció o no, no importa si hay certidumbre o incertidumbre sobre el futuro económico, y no importa si hubo pandemia o no. Nuestro rechazo al salario mínimo no es una cuestión económica como lo plantea la CEPB, sino una cuestión moral. No lo aceptamos porque ataca nuestra propiedad privada y nuestra libertad de elegir. Si la economía se expande, habrá mayor inversión y una mayor competencia por trabajadores. Los empresarios subirán entonces el salario de forma natural y no por decretos que los obliguen a hacerlo. Será el resultado de la competencia y la libertad de elegir de unos y otros. Si la economía, en cambio, no va bien y se reducen las contrataciones, el salario en equilibrio caerá, pero esto no sucederá porque los empresarios querrán perjudicar a los trabajadores, sino porque los primeros tratarán de minimizar pérdidas usando la misma libertad de elegir que permite el incremento de salarios durante la bonanza. La libertad de elegir es, por tanto, la esencia de lo que somos y podemos hacer como empresarios. Es por eso que la defenderemos a capa y espada rechazando cualquier imposición de sindicatos o gobiernos.

Denuncio, entonces, a través de esta carta, señor presidente, las intenciones inmorales del sindicato cobista de pretender imponernos incrementos salariales. Y denunciaré también al Gobierno si decide decretar dichos incrementos. Estoy profundamente orgulloso de ser empresario y ganar plata cuando el mercado reconoce mi trabajo. Soy consciente de mi valor y estatura moral. No dejaré, por lo tanto, que ni los sindicatos ni el Gobierno pretendan contarnos el cuento de que los incrementos salariales son morales porque “ayudan” a los trabajadores. Podría argumentar que los trabajadores se pegan un tiro en el pie cada vez que sube el salario mínimo porque la respuesta natural de las empresas es contratar menos en el sector formal. Pero no lo haré. Mi argumento es que las “ayudas” que implican obligar a los empresarios a pagar más a sus trabajadores son inmorales. Estas “ayudas” obligan a los empresarios a sacrificarse y nosotros no somos ovejas dispuestas al sacrificio ni hemos obligado a nadie a sacrificarse por nosotros. Este, señor presidente, es nuestro código moral y estamos dispuestos a defenderlo.

Atentamente, un empresario digno.

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