2 de marzo de 2022, 4:00 AM
2 de marzo de 2022, 4:00 AM

El llamado choque de civilizaciones es una teoría que explicaría los grandes movimientos políticos y económicos de la historia universal a partir de la confrontación étnico-cultural, en contraposición a las causadas por los enfrentamientos entre estados-nación o por ideologías. Dicho término expuesto por Samuel Huntington (1927-2008) en un artículo publicado en 1993, se convirtió tres años después en un libro seductor. Para este autor, de todos los elementos objetivos que definen las civilizaciones, el más importante suelen ser las religiones, como parte sustantiva cultural de los pueblos.

La invasión militar de Rusia a Ucrania ha puesto sobre el tapete diversas conjeturas o razones sobre este criminal genocidio, rechazado en el mundo democrático. En este sentido, afloran no sólo explicaciones de orden geoestratégico, político o económico, sino que también subyacen antecedentes históricos que dan como resultado un análisis de carácter cultural e identitario.

Las noticias internacionales refieren que en Ucrania existen dos regiones con sus propias particularidades, la suroriental, prorrusa y apegada a la frontera con este país, donde predominan el idioma del país de Putin y el cristianismo ortodoxo, mientras que, en la zona noroccidental, pro europea, prevalecen la lengua ucraniana y el catolicismo. Estas formas de vida y de tendencias políticas diferentes engendraron un enfrentamiento bélico que estalló en la primavera del 2014, cuando las provincias surorientales Donetsk y Lugansk –una región conocida como Donbás–, no tardaron en celebrar sus propios referéndums de autodeterminación con el apoyo de Rusia. Sin embargo, a decir de Borja Bauzá esta conflagración “…que a priori se puede ver como un conflicto entre quienes apuestan por Europa y quienes quieren mantenerse cerca de Rusia, no es más que otro episodio dentro de una crisis de identidad nacional que nunca se ha resuelto”.

Para evitar más víctimas mortales que a la fecha suman varios miles, se han realizado diversos intentos de pacificación. Uno de ellos propuso que las provincias rebeldes de Donetsk y Lugansk celebren elecciones locales y después vuelvan a integrarse a Ucrania con un estatus especial y mayor autonomía. El temor es que luego sean satélites del poder expansionista ruso.

En Bolivia existe cierta analogía con este correlato. A la tenaz oposición del centralismo contra el proceso autonómico, suma el despropósito gubernamental de imponer la supremacía identitaria aimara, sobre otras naciones indígenas, en especial, las que habitan en el Oriente, la Amazonía y el Chaco, pero también lo vemos en la narración de la historia nacional “oficial”, pretendiendo privarnos de la memoria colectiva regional. Otro ejemplo ha sido el traslado de grupos humanos foráneos que avasallaron impunemente tierras de la Chiquitania en Santa Cruz, una vieja práctica usada por los incas (quechuas) para consolidar su expansión territorial. Así lo hicieron con el pueblo aimara subyugado. Los invasores usaban a los “mitimaes” –grupos familiares que eran trasladados a las regiones conquistadas, para cumplir funciones económicas, sociales, culturales, políticas, e incluso tareas militares.

De igual manera, en el siglo pasado luego de la gran hambruna de Holodomor (1932-1933) provocada por Stalin que mató a millones de ucranianos por resistirse a la colectivización forzosa de sus fincas, mandó suprimir su idioma y para rusificar Ucrania, colonizó la cuenca oriental con nuevos inmigrantes, creando las llamadas “fronteras vivientes”, término que fuera acuñado por Friedrich Ratzel (1844-1904), uno de los precursores de la Geopolítica y fundador de la geografía humana.

¿Cuál es el mensaje? La historia universal no sólo permite recordar fechas y personajes, oteados como un recuento de anécdotas o el recogimiento de fotos grises desoladas por el tiempo. Sus páginas deben servir para comprender y analizar mejor los hechos fácticos sucedidos que ayuden a evitar futuros escenarios teñidos de dolor y muerte en cualquier lugar del mundo, subrayando que la mejor receta es el diálogo y los acuerdos entre opuestos a fin de alcanzar una paz imperecedera.