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11 de marzo de 2018, 8:00 AM
11 de marzo de 2018, 8:00 AM

En los últimos años se ha puesto de moda la frase “ciudad de los anillos” para denominar a la capital oriental. No me gusta para nada el tal apelativo y no es original, se ha copiado de una película; en segundo lugar, no debe olvidarse que -aunque suene bonito- el tema ‘anillo’ implica -por definición- algo limitante, una cosa que se cierra en sí misma y aprieta, un círculo cerrado ¡No, no y no! Santa Cruz de la Sierra no es nada de eso ni debe serlo nunca. Esta urbe es una ciudad de la llanura en expansión permanente, nada la limita y esa inmensa llanura le dará espacio de sobra en el futuro. Acá no hay ni habrá anillo que valga. Y si se hicieron anillos en función de lo dispuesto por el Plan Techint, eso fue en el pasado, cuando se pensó que nuestro pueblo natal no tendría más de 600.000 habitantes. Orillando ya los tres millones de seres, hay que olvidarse de los anillos, tal vez dejar los que están, pero los responsables de la ciudad deben pensar desde ahora en forma mucho más abierta y expansiva, ya no más en el sentido menudo del ‘anillamiento’. La capital cruceña debe expandirse de aquí en adelante mediante grandes diagonales, acompañadas estas de líneas horizontales y verticales ¡No más anillos! ¡Fuera las rotondas! He aquí el verdadero plan para llegar al 500.º aniversario de la fundación con una urbe viable, amplia, sin límites que no sean otros que los impuestos por el propio crecimiento. Pero antes hay cosas que deben hacerse rápido. Ya las expresé en el pasado, no está de más repetirlas para que quienes tienen que hacer, hagan.

Urge pavimentar el primer anillo y llevar las losetas hacia barrios alejados o provincias; el centro está cada vez más feo y pueblerino. Por otro lado, repito: hay que abandonar para siempre el pensamiento limitativo de los tales anillos y las antipáticas rotondas deberán ser eliminadas lo más pronto posible; esas son las consignas básicas para los años que vendrán. Además, las mencionadas líneas rectas, horizontales y diagonales descongestionarán la ciudad, permitirán su libre expansión y habrá circulación expedita. Para concluir -reitero también-, las estatuas de las rotondas podrían trasladarse a un parque dedicado a los monumentos. La estatua del Cristo Redentor es solo una imagen, no hay por qué adorarla ‘per se’ ni sacralizar su ubicación; más bien, por ser tan icónica, su imponente presencia podría encabezar el futuro parque sugerido.

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