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6 de octubre de 2018, 4:00 AM
6 de octubre de 2018, 4:00 AM

Estamos gritando a los cuatro vientos que Bolivia se encuentra en una crisis, “crisis política terminal”. La pregunta del millón es: ¿Por qué, en cambio, –¡paradoja de la crisis!– cada vez más actores, nuevos, viejos, emergentes y colapsantes, quieren participar en la política? La crisis no es política. La sociedad boliviana en general está más politizada que nunca.

¿De qué se trata esta crisis a la que le hemos puesto de nombre política? ¿No es más bien una crisis desde la política? Porque no se sabe lo que esta nueva política quiere, sino lo que definitivamente no quiere; como un capitalismo que se está devorando la tierra, la está depredando y acabando. Lo que ya no se soporta es todo aquello que fue tradicionalmente “bien hecho” aunque estuviera mal, ese olor a viejas mañas, a ‘arreglos entre los que saben de política’, a millones que salen del Estado a cuentas personales, ese olor a palacetes aquí, apartamentos afuera, vacaciones anuales en cada estación del año. Es decir, la parte del político-empresario nuevo rico que hasta hace una década era un buen clase media político y hoy es un déspota servidor público que ostenta un poder insoportable muy distante de ser el poder de la autoridad. Lo que ya no se soporta es un sistema de justicia donde la danza de millones llegó a su máximo clímax y la injusticia reina.

No es la política son los medios. Los partidos políticos como medios creíbles ya no convencen; ahora son los movimientos sin ‘jefe’, sin esas estructuras dependientes del verticalismo de cuatro ‘vivos’, los de la calle y las demandas a gritos y las corporaciones, gremios y sindicatos son hoy en día, otro poder de cúpulas y arreglos entre los mismos.

Sin embargo, ¿es positivo que la horizontalidad y la oposición a la vieja forma de hacer política sean el fin en sí mismo? Cabildeo, calle, asambleísmo; está bien; pero ¿ya está? ¿A dónde conduce el asambleísmo como fin en sí mismo?

Por lo anotado, esta crisis es más bien de paradigma, relacionada con la forma como se entiende el mundo, la región, el país, el municipio; las vivencias y creencias de una sociedad y todo lo que repercute en cómo el individuo percibe la realidad que le rodea dentro del sistema social. El paradigma es un modelo u horizonte a seguir. Y hoy la pregunta es; ¿dónde está el modelo u horizonte a seguir? Entonces tenemos también una crisis existencial.

La nueva política ha manifestado con claridad cómo no quiere ser, pero ¿cómo quiere ser? Y ¿de qué forma se va a distanciar de los viejos modelos y de los viejos políticos que ha interpelado? Para ser ¿va a asociarse, pactar, con los mismos?

Lo positivo es que las crisis son momentos en los que lo que antes estaba claramente definido, puede pasar a desdibujarse y lo desdibujado tiene la oportunidad de adoptar nuevas formas, nacer o remodelarse. Readaptación y puesta al día… siempre y cuándo los “nuevos remedios”, no sean lo mismo con otro nombre.

Contar con una ley de organizaciones políticas para el fortalecimiento de la democracia, de la decisión de forzar su aplicación inmediata de manera compulsiva y con determinados fines políticos.

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