20 de mayo de 2022, 4:00 AM
20 de mayo de 2022, 4:00 AM


No sé de dónde le llegó a mi nieta un dinosaurio de plástico con una extraña cresta sobre la cabeza. Este singular adorno craneal me permitió descubrir que estábamos frente a un imponente reptil que vivió a finales del periodo Cretácico, un dinosaurio hadrosáurido, conocido como Parasaurolophus. Una sola vez, y con mucha dificultad para pronunciar el nombre de la especie, le dije -separando las sílabas- que ese bicho era un pa-ra-sau-ro-lo-phus. Ella, con una naturalidad sorprendente, repitió el nombre de corrido y siguió saltando, jugando y nombrando al tal, Parasaurolophus, como uno más de sus muñecos.

Leí por ahí que a los niños les fascinan los dinosaurios porque, al estar en una etapa de desarrollo cognitivo, quieren sentir el control de la realidad a través de sus pensamientos y conocimientos. Ellos quieren comprender cómo es que funciona este mundo. En su tercer año, construyen un escenario que les permite entender que hay un mundo real y un mundo de fantasía, aunque no siempre tienen claridad sobre la frontera entre uno y otro. Los más pequeños asocian a los “dinos” con fuerza, poder, control y ferocidad, una idea que armonizan con la fantasía, magia y todo lo que parece ser imposible. Estos bichos combinan a la perfección ambos aspectos. Los niños saben que los dinosaurios existieron, pero como no procesan bien el concepto de tiempo, les resulta complicado entender que ya no están más saltando por ahí.

La sociedad boliviana vive un momento evolutivo parecido al de los infantes. Le gusta rodearse de animales prehistóricos.

En los campus, de todo el sistema universitario fiscal, caminan en manada. El pobre Max Mendoza -presidente de la Confederación Universitaria Boliviana y con más de tres décadas ejerciendo de estudiante- es uno más de los miles de su especie que se cobijan bajo la protección de la autonomía universitaria y el cogobierno docente-estudiantil. La cruda realidad ha demostrado que estos dos estandartes de la “reforma universitaria” se han convertido -salvando algunas excepciones-, en un refugio de mediocres, donde se evita “hacer olas” para que nadie se ahogue y todos convivan en paz financiados con los impuestos del resto de contribuyentes.

Esto mismo pasa en las organizaciones sindicales y corporativas. Hay dirigentes veteranos, declarados en comisión -con sueldos y otros beneficios sociales- que están décadas ejerciendo esas funciones y beneficiándose de los privilegios del cargo. Ellos, a su vez, saben construir relaciones prebendales y negociar con quienes los sostienen, otorgándoles dádivas y gratificaciones para compensar los favores recibidos; y pactan con el poder de turno, para alinearse donde mejor convenga a sus intereses personales, antes que a quienes, supuestamente, representan.

Entre los actores políticos, la presencia de dinosaurios es una constante. Revisen las listas de las últimas elecciones nacionales, departamentales o municipales y los nombres de los postulantes se vienen repitiendo hace décadas. Hay candidatos eternos. El caudillismo, en las frágiles estructuras políticas que todavía subsisten, no permite la renovación de líderes y el surgimiento de nuevas figuras en el quehacer político de esta sociedad fascinada por la prehistoria.

¡Hasta el fútbol está lleno de dinosaurios! Hay jugadores bordeando las cuatro décadas que, gracias a las ventajas que otorga la altura, corretean de igual a igual con chicos de veinte que vienen del llano, y nadie dice nada porque no conviene. En 2019, el goleador del campeonato boliviano, Carlos Saucedo, tenía 40 años. Y como nos gusta engañarnos con las estadísticas, se dijo que ese año fue el cuarto mayor goleador del mundo, antecedido solo por Hamdallah (29), Lewandowski (31) y Messi (32). ¡Todos celebramos a nuestro longevo goleador!

Se cree que -a final del Cretácico, hace 66 millones de años- un gigantesco meteorito habría caído en la costa de México. El cielo se oscureció y se enfrió el planeta, matando a todos los dinosaurios existentes. Creo que no estaré por aquí cuando caiga el próximo asteroide para ser testigo de esta otra necesaria extinción. Aunque es posible, que algún dinosaurio todavía esté allí.

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