16 de mayo de 2022, 4:00 AM
16 de mayo de 2022, 4:00 AM


La sociedad del descarte suena fuerte y cada día más. Daniel Rojas Carrión, de 78 años, tenía una herida que se infectó. Lo atendieron en un centro médico y le hicieron análisis, al detectar una infección de considerable riesgo fue derivado a un centro médico mayor, pero fue rechazado por falta de espacio. Tuvo que regresar al centro de adultos mayores donde había sido atendido en primera instancia y a los dos días falleció. Eran dos días los que tenía para salvarse, pero no alcanzó. Su peregrinación fue tan breve como fulminante. Un cuerpo agotado y sin defensas no resiste los embates de una septicemia agresiva.

La queja de su acompañante desconsolada se enredó en un relato triste y desahuciado, “no lo atendieron, ni lo miraron”. El rechazo en la sociedad del descarte es tan despiadado como mortal.

No es el primero ni será el último caso, así como hace unas semanas otro anciano enfermo del mismo hogar debió agitar las aguas mediáticas para ser consolado al menos con una revisión después de que el altercado y la vociferación sirvieran para trasladarlo a un centro más grande en la Pampa de la Isla de esta ciudad capital.

Hace unas horas, otro adulto mayor del centro Dios ilumina se descompuso y otro importante centro lo rechazó también por “falta de espacio”, ahora que la denuncia llega a oídos de las autoridades gubernamentales van a averiguar qué ha pasado. Nos quedaríamos tranquilos si es que las medidas correctivas fuesen duraderas, pero sabemos que una golondrina no hace verano y que lamentablemente volverá a ocurrir.

Seguramente una comisión, informe de por medio, no le dará la solución al problema. Entre la burocracia que todo lo impide, la falta de espacios, de recursos humanos y técnicos y, fundamentalmente la insolidaridad, los mayores son los menos cuidados, peor aún si son pobres o ajenos a la gran ciudad, que los recibe y se los traga.

La situación en las provincias también es dramática ante la falta de todo tipo de implementos e instrumentos a lo que se suma la carencia de personal idóneo que determine con diagnósticos seguros los síntomas correspondientes.

En 2020 se veían imágenes trágicas de pacientes desatendidos que encontraban su final en las aceras, en las filas de un hospital o en sus propias casas, por la falta de atención. Queda la impresionante historia de una pandemia indomable que se ha cobrado miles de vidas por falta de medicación, buen tratamiento o la mínima atención necesaria en el momento que se precisaba.

Cuando los médicos entierran los errores la ciencia da marcha atrás y dependemos tanto de ella como del sol que nos calienta.

Entre profesionales de la medicina existen prejuicios peligrosos cuando se considera que las personas mayores son todos enfermos o discapacitados. Es una semilla para fortalecer la ley del descarte, nefasta y antiética que corroe la salud pública y privada en su vasta dimensión.

Todos llegaremos a ser parte de la llamada tercera edad, así que es de hombres de bien y de dignos ciudadanos esperarlos como se merecen. Atenderlos con respeto, dedicación y escuchar su sabiduría, por algo han llegado hasta tan lejos.
Los abuelos y las abuelas nos señalan el camino adonde todos, antes o después, llegaremos algún día.

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