24 de agosto de 2020, 4:00 AM
24 de agosto de 2020, 4:00 AM



Una publicación de The New York Times (NYT) asegura que el número de muertes durante la pandemia en Bolivia es cinco veces mayor al que oficialmente reportan las autoridades de Salud.

Con datos extraídos del sistema boliviano de Registro Civil, la publicación sostiene que desde junio han muerto en el país alrededor de 20.000 personas más que en similar periodo de años anteriores.

Dice la publicación que el caso boliviano se trata de un ‘extraordinario aumento de mortalidad’, que comparado con otros países -en términos relativos según cantidad de población- es más del doble que el de Estados Unidos y muy superior a los niveles que se presentaron en España, Italia y el Reino Unidos, países europeos donde más duro atacó la pandemia.

Lo dicho por el NYT viene a confirmar algo que en estas páginas hemos venido sosteniendo prácticamente desde el inicio de la emergencia sanitaria: los reportes oficiales que a diario brindan las autoridades de Salud están muy lejos de las cifras reales de una enfermedad que está enfermando y matando a los bolivianos.

Hay varias razones que explican la amplia diferencia numérica entre lo oficial y la realidad: la primera de ellas es que la cantidad de pruebas aplicadas para identificar los contagios fue y es insuficiente y no se entiende la tozudez del gobierno nacional por no incrementarlas.

O quizá sí se entiende: a mayor número de pruebas, mayor reporte oficial de contagios y por tanto también de muertes. Queda claro que en una etapa electoral a nadie le conviene mostrar un desastre epidemiológico. Ese es otro de los muchos ‘efectos colaterales’ de tener presidentes candidatos a la elección; lo vimos con Evo Morales muchos años, y ahora lo vemos con Jeanine Áñez.

Otra de las razones de la distancia estadística entre lo oficial y lo real deriva probablemente del miedo de la gente a reportar los enfermos, dadas las trágicas escenas de la temporada más alta donde se veía a familias desesperadas buscando atención en hospitales saturados que les cerraban las puertas.

Eso, sumado a la imposibilidad de las familias bolivianas de larga tradición católica de despedir a sus seres queridos que parten, empujaron a muchas personas a dejar morir a sus familiares, particularmente a los mayores, dentro de las casas. Esas muertes nunca fueron reportadas como decesos por Covid-19, y suman, muy probablemente, los 16.000 fallecimientos no declarados a los que apunta The New York Timess (el reporte oficial del sábado 22 registraba 4.442 muertes).

Por último, aunque no la última, otra razón que explica el abismo entre los reportes nocturnos y los contagios y muertes de la realidad, es que en los últimos meses el cada vez mayor conocimiento de las personas acerca de la enfermedad hizo que los contagiados prefieran curarse en casa y no acudir a los hospitales: incluso formalmente algunas oficinas gubernamentales, nacionales y departamentales, repartieron protocolos de curación de casos leves.

Así, todos tenían la receta hasta en el reverso de la papeleta de cobro de la energía eléctrica, con lo cual muchos casos brotaron, se curaron -otros no, y murieron- y nunca ingresaron a la estadística del Gobierno.

Tags