21 de junio de 2022, 4:00 AM
21 de junio de 2022, 4:00 AM


Freud escribió un pequeño y fascinante libro que lleva el mismo título de este artículo. En él analizaba los orígenes de una ilusión: la religión. El humano -sostiene Freud- sublima sus posibilidades de redención, de alguna manera, la religión nos trasforma en sujetos trascendentes, y termina haciéndonos creer inmortales pues siempre habrá la posibilidad de una vida eterna. Algo así pasa con el MAS, la creencia de su inmortalidad sobrepasa cualquier límite y los anima a cometer cualquier transgresión, finalmente ellos también creen que el instrumento político que los cobija tendrá una vida eterna.

Se trata simplemente de una ilusión política porque, así como los hombres constatan (en su anhelo de una vida eterna) que más temprano que tarde tendrán que aceptar que “las creaciones de los hombres son fáciles de destruir”, las organizaciones que los humanos creamos son tan frágiles en el tiempo, como frágiles resultan las ilusiones.

En efecto, la historia ha demostrado hasta la saciedad que los proyectos humanos se desmoronan como un castillo de naipes, por regla general y con muy pocas excepciones, por efecto de las propias fuerzas centrípetas que engendran. Es el tiempo la madre de sus tormentos.

Que ahora el MAS esté claramente dividido en tres fracciones, una conocida como “la vieja guardia”, revolucionaria en su discurso al mejor estilo de la década de los años 80, y conservadora en relación a los tiempos que vivimos, aferrada además a un discurso antiimperialista a falta de un discurso propio, la otra, la de Arce que es una mala versión de la primera, y la del vicepresidente que encarna las visiones originarias y se mueve en el horizonte mítico de un tiempo pasado. Ninguna encarna algo que pudiera llamarse proyecto político de renovación, y esto no es posible porque el MAS nunca tuvo proyecto alguno, la historia lo llamó para que concluyera lo que el MNR había dejado inconcluso, y aunque intentó desesperadamente diferenciarse, agotó sus posibilidades históricas cuando, finalmente, y luego de 70 años, el nacionalismo revolucionario dio por terminado su rol histórico.

El MAS podría tener alguna proyección si lograra presentarle a la sociedad boliviana algo diferente, sufre el mismo síndrome que adolece la oposición, no encuentra un diseño capaz de darle continuidad histórica a la nación después del ciclo nacionalista, empero, su situación es aún más preocupante porque se debate en torno a tres opciones que la historia ha rebasado, de hecho el antimperialismo y la arrogancia dictatorial de Evo Morales lo único que logran es dejar más claro que ahora hace parte del pasado, es, de principio a fin un conservador aferrado a los discursos del siglo XX. Arce no podría encarnar ninguna opción viable para Bolivia porque no es ni siquiera la síntesis del primero, y Choquehuanca está apoltronado en una perspectiva que vale como cultura, pero no sirve como proyecto de Estado, a no ser que pretendamos instalar una teocracia propia del incario.

Es posible que los ciudadanos tengamos que sufrir este impase hasta que alguna fuerza logre pensar Bolivia más allá de estos paradigmas caducos, lo que no supone que el MAS desaparezca de la historia, seguirá en su propia dinámica, de fraccionamiento en fraccionamiento, sobre todo si no logra asimilar que la forma de ser de la política en el siglo XXI es irremediablemente democrática. 

También es posible que el surgimiento de un nuevo proyecto de Estado y de sociedad demore más de lo debido, sobre todo, mientras el MAS ejerza el poder y secuestre el Estado a su favor, lo que es indudable es que más temprano que tarde veremos nuevos horizontes, nuevos actores y el porvenir de una ilusión revivirá en el subconsciente colectivo de la nación.

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