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Entre hacer el bien y conservar el ecosistema

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11 de julio de 2020, 3:00 AM
11 de julio de 2020, 3:00 AM

Heinz Arno Drawert – Ingeniero ambiental

El caso del zorro Antonio es un clarísimo ejemplo de la batalla entre el animalismo y el ecologismo, las trincheras están bien definidas y repletas en ambos lados de defensores de posturas y atacantes armados de argumentos. El hecho de que ambos ismos se ocupen de animales no significa que compartan mucho más, ya que los enfoques, conceptos y alcances son totalmente diferentes e inclusive excluyentes entre sí en la mayoría de los casos. El animalismo es más sentimental, se basa en conceptos emocionales, abstractos y subjetivos enfocados en un animal, o a lo mucho en un conjunto cerrado y definido de animales, con la finalidad de satisfacer la necesidad moral de “hacer el bien”, muchas veces proyectando necesidades propias. El ecologismo en cambio es más técnico y funcional, parte de la aplicación de conocimientos y herramientas generadas por métodos científicos de manera objetiva con la finalidad de conservar los componentes y el funcionamiento de un ecosistema dado. El ecologismo sigue las directrices dadas por la ecología, una ciencia natural; el animalismo en cambio carece de relación directa con las ciencias naturales y sus referencias se encuentran más en el ámbito de las ciencias sociales y filosofía.

Para el animalismo la finalidad es que el humano “dueño” del zorro Antonio pueda “hacer el bien” dándole amor, cariño y atención sin que importe mucho si se satisfacen las necesidades del zorro desde el punto de vista biológico. La evaluación del bienestar del animal se hace en términos cualitativos humanos: “el zorro va a estar mejor con la familia que lo crió”. Así podemos seguir con cada una de las necesidades del zorro, y es posible que en algunas cosas efectivamente sienta “bienestar”, pero todas serán evaluadas, atendidas y justificadas desde una perspectiva humana, la interacción y la relación se basa en la humanización del animal. Es muy probable que el zorro disfrute la comida caliente con mucha carne, que esté feliz de no tener que buscarla por días y pelearla con otros animales, pero eso no significa que sea positivo para él o que esté acorde a sus necesidades. Lo que pase con los zorros silvestres, el resto de la fauna silvestre y los ecosistemas de los cuales son parte no es parte de la ecuación para los animalistas.

Para el ecologismo lo más importante es que el caso del zorro Antonio no tenga consecuencias negativas sobre las poblaciones silvestres y los ecosistemas que estos zorros habitan, lo que pase con Antonio es un aspecto absolutamente secundario ya que como individuo es irrelevante para la conservación de las poblaciones silvestres o el funcionamiento de los ecosistemas en los que los zorros andinos ocupan un nicho y cumplen un rol ecológico. Un zorro más o menos no hace diferencia y desde el punto de vista del ecologismo da igual si Antonio termina en la casa de “sus dueños”, en una jaula en Oruro, un zoológico en La Paz, en la colección científica de algún museo, o lo conviertan en un abrigo.

Lo que no da igual es que no se lleve a juicio y sancione conforme a las normas una infracción a la normativa ambiental vigente. Independientemente de lo establecido para la custodia del zorro debe llevarse adelante un juicio imparcial y técnico por el delito ambiental cometido y se debe llegar a la sanción que corresponda. El bienestar de Antonio no tiene valor alguno, sí es que no se cumplen las normas que deberían garantizar la conservación de los zorros silvestres y los ecosistemas que habitan. Hacemos terrible alboroto por un zorro, que lo más probable es que nunca vuelva a ser parte de un ecosistema, pero nos hacemos a los desentendidos con decenas de animales silvestres atropellados todos los días y miles de hectáreas de hábitats naturales degradados anualmente. Nos indignamos con un zorro traumado en una jaula o saltando de un sillón a otro, pero no reaccionamos ante el avance innecesario de la frontera agrícola, el cambio de cobertura de suelos en paisajes enteros, el colapso de servicios ambientales a gran escala o la inconsistencia a la hora de aplicar la normativa ambiental vigente.

De la misma forma que un caso de violación no se cierra cuando el violador asume la responsabilidad de la custodia del bebé producto del hecho, la decisión de que el zorro vuelva con “sus dueños” no significa que no existió un delito y tampoco declara inocentes a las personas encontradas en posesión ilegal de fauna silvestre. La custodia de Antonio de ninguna manera puede ser el objetivo ni el cierre del “caso Antonio” y tampoco puede ser una autorización retroactiva, el tema de fondo es otro, lo que realmente importa es otra cosa: hacemos las mejores leyes para después guardarlas en un cajón.

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