Opinión

Entre la incertidumbre y la indefensión

13 de julio de 2020, 3:00 AM
13 de julio de 2020, 3:00 AM

Como si no bastara la incómoda sensación de miedo o pánico que provoca el COVID-19, ese imperceptible microorganismo que está causando estragos en todo el mundo, ahora estamos también a expensas de otros sentimientos provocados no solo por el nuevo coronavirus, sino por la errática actuación de autoridades y funcionarios responsables de administrar esta gravísima crisis sanitaria, y de quienes juegan a ser actores políticos. 

Incertidumbre e indefensión son dos de esos sentimientos que, sumados al temor natural ante la amenaza y ataque de un enemigo invisible y letal, pueden llevarnos a un abismo del que no lograremos salir ilesos. Incertidumbre en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana –educación, trabajo, empresa, familia, libertades democráticas, etcétera- e indefensión al momento de pretender enfrentar y superar cada uno de tantos escollos. 

Escucho ambas palabras en todos los escenarios posibles, privados y públicos. La primera guarda una relación directa con la pandemia, pero también con el virus de la mala política o, mejor dicho, con las “bacterias” de esta mala práctica. El énfasis es solo por un detalle de tamaño: las bacterias son más visibles que los virus, dicen que hasta en cien veces. Y no hay duda que la mala política es mucho más evidente que un virus, que llega a medir menos una milésima de milímetro. Eso es el coronavirus, imperceptible.

La segunda también está siendo cada vez más exteriorizada: indefensión, que no es otra cosa que esta triste sensación de no encontrar ayuda, protección, defensa. Otra vez: no solo frente al COVID-19, sino también ante otras amenazas que están surgiendo por todas partes, a la sombra de la pandemia. Desempleo, quiebra de empresas, violencia dentro y fuera de casa, prácticas monopólicas e imposición de reglas y precios abusivos en la venta de bienes y servicios. Si antes de la pandemia ya había problemas por todo ello, hoy estos van en aumento exponencial, como la propia curva del nuevo coronavirus.

Tal vez el ejemplo de la administración de Justicia pueda ayudarnos a graficar lo dicho. Si antes de la crisis sanitaria era grave el problema de retardación de justicia, hoy ya está en nivel de calamidad. La gran mayoría de los procesos está paralizada. Las audiencias han sido suspendidas en la mayor parte de los casos. Algunos procesados están aprovechando el pánico para lograr libertad o impunidad. Y otras demandas simplemente no prosperan.

Muchos trabajadores están también indefensos, obligados a aceptar rebajas salariales o despidos sin beneficios sociales, extremo visto en el diario La Razón, por citar solo uno de tantos casos. No pocos empresarios están sufriendo también por falta de apoyo estatal para capear la crisis económica derivada de 124 días de cuarentena, entre condicionada, rígida y dinámica. El crédito prometido quedó en nada ante las trabas burocráticas. Y ni qué hablar de la presión impositiva o de los bancos, que ha vuelto antes de tiempo.

En la educación la realidad no es distinta. Y en todos los niveles. Colegios y universidades enfrentados a los padres de familia y estudiantes por el costo de mensualidades y por el cambio desordenado de educación presencial a otra virtual. Maestros en medio del fuego cruzado entre partes. Un alumnado perdido en el campo de batalla. Todas las partes con similares reclamos, aduciendo cada uno dificultades económicas a la hora de cobrar o de pagar por la educación privada, mientras que en la educación pública los problemas van más allá del pago de haberes o extras: la imposibilidad de entrar a la tele Educación.

Inquilinos denunciando abusos de los propietarios de inmuebles. Estos afirmando que son ellos los que están padeciendo por la mora y la resistencia de los primeros a cumplir los contratos firmados antes de la pandemia. En el medio, la Asamblea Legislativa atizando el fuego con leyes más políticas que ajustadas a la realidad. Ninguno de los sectores siente la protección o defensa de sus derechos por parte del Estado. No hay Estado, coinciden.

Médicos, enfermeras, laboratoristas, técnicos y tantos más que conforman el personal de salud, trabajando en primera línea contra el COVID-19 sin las herramientas y equipos de bioseguridad imprescindibles en una tarea que, no hay duda, es de alto riesgo. Que lo digan los más de setecientos trabajadores en Salud que han caído frente al virus, solo en Santa Cruz, donde se registraban hasta la semana pasada más de cincuenta muertes entre médicos y enfermeras. ¿Más indefensión que esta?

Claro, sí. Hay aun más indefensión en cientos de ciudadanos que no logran la atención de emergencia que marca la diferencia entre la vida y la muerte. O la de miles de familiares que no tienen dónde enterrar a sus muertos, porque hasta los cementerios colapsaron en varios municipios del país, como le ha tocado vivir con dolor a Cochabamba. Carencias de todo tipo y mayúsculas que provocan, cada día, más incertidumbre.
Indefensión e incertidumbre, una mezcla que solo no es más letal porque entre tanta ausencia de Estado destaca una fuerza humana poderosa vestida de voluntariado, decidida a luchar contra corriente y a revertir esos sentimientos, transformándolos en apoyo y certeza. Apoyo para vencer al virus, certeza de que así será.

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