Opinión

Gaia, la tierra viviente y el virus justiciero

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26 de marzo de 2020, 3:00 AM
26 de marzo de 2020, 3:00 AM

Aunque no todos están convencidos, la humanidad se debate hoy como nunca entre una seria y catastrófica crisis ambiental, social, económica, política, moral y espiritual sin precedentes. Hemos llegado al borde del suicidio de la mano de la ignorancia, la degradación humana, el uso y abuso criminal de los diferentes ámbitos de la tecnología alentada por la corrupción y una insaciable avaricia que privilegia el tener olvidándose de ser. 

Mahatma Gandhi decía que la tierra tiene lo suficiente para satisfacer lo necesario para todos, pero que no puede satisfacer las ambiciones de unos cuantos. Casi todos nosotros hemos sido educados en una visión del mundo judeocristiana, basada en la Biblia, según la cual Dios creó el mundo en seis días por un acto de su voluntad, hizo al hombre a su imagen y semejanza y puso a toda la creación a su servicio. Es lógico considerar entonces que la naturaleza nos pertenece (en sentido global) y que por lo tanto podemos disponer de ella a nuestro antojo, sin tener en cuenta para nada nuestra responsabilidad y ubicación en el planeta. 

Ahora que nuestra relación con la Tierra está experimentado un gran cambio, debemos comprender sus implicaciones. El reto consiste en reconocer que los alarmantes escenarios de destrucción ambiental son síntomas de un problema de fondo más amplio y grave que nunca. Ahora que los humanos hemos crecido en número hasta el punto de que nuestra presencia afecta al planeta como si fuéramos una plaga, es necesario desarrollar una simbiosis, es decir, una relación perdurable mutuamente beneficiosa entre el huésped (la Tierra) y nosotros; se debe desarrollar una ecointeligencia enfocada en conseguir esa simbiosis entre la “civilización” y el equilibrio natural de la Tierra y ahí los que juegan en contra son la avaricia y la ignorancia.

En la hipótesis de Gaia, James Lovelock (1919) sugiere que el planeta Tierra en su totalidad, incluyendo seres vivos, océanos, rocas y atmósfera, funciona como un superorganismo que modifica activamente su composición para asegurar su supervivencia. La Tierra funciona como un sistema único y autorregulado, formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos. Las interacciones y flujos de información entre las partes que lo componen, exhiben gran variabilidad en sus múltiples escalas entre lo temporal y lo espacial. Lovelock bautizó como Gaia entre otras cosas a la combinación del qué y quién y el modo como uno afecta continuamente al otro. El Qué es la delgada capa esférica de tierra y agua que existe entre el interior incandescente de la Tierra y la atmósfera superior que la rodea. El Quién es el tejido interactivo de organismos vivos que ha habitado el planeta durante casi cuatro mil millones de años. La combinación coordinada de ese Qué y ese Quién es la base de la teoría de Gaia. 

Algunos consideramos a toda la naturaleza como una expresión y creación de Dios y en toda ella se puede ver su obra. Para Spinoza (1632-77) la naturaleza proviene de Dios, es emanación de la divinidad y la humanidad no es algo aparte de ella. La idea de la vida como algo global que no se puede separar en partes (es decir, los seres vivos no son fenómenos aislados), sino que surgen como una especie de conciencia de la naturaleza en su proceso evolutivo. Se debe contemplar al humano como algo integrado en la naturaleza y al planeta Tierra como un gran ser vivo con conciencia propia, y no como para los ateos, algo muerto, mecánico y vacío que da vueltas alrededor del Sol indefinidamente.

Esperemos que con la manifestación actual de Gaia se provoque un cambio en nuestra conciencia y podamos detener el proceso de depredación y destrucción de nuestro planeta. Nuestra vida está en juego; la vida en general seguirá, de eso no cabe ninguna duda, pero la especie humana corre serio peligro de extinción. La naturaleza ya nos dio varias veces señales claras de que está en el umbral de lo soportable, quizás esta vez con el lamentable evento que nos preocupa y que dejará importantísimas y muy serias secuelas, la inteligencia y el sentido común se impongan sobre la avaricia, pero sobre todo entre los avaros ignorantes. El pasarse de los límites de la resiliencia (recuperación) no significa necesariamente la calamidad, por lo que podemos liberar al ambientalismo de la tendencia de anunciar periódicamente el fin del mundo, eso solo provoca desinformación y un pánico patológico.

Debemos aprovechar la actual, muy seria y catastrófica crisis global que empezamos a sufrir más bien como la oportunidad para realizar profundas transformaciones en lo social, económico, ambiental, ético y espiritual. Es la oportunidad de actuar ante el desastre que la angurria política, ideológica y económica ha provocado, empezando por el “paraíso del proletariado”. 

Cuatro gotas de moco contaminado por un ente molecular que ni siquiera vive, pudieron más que miles de millones de dólares en drones, bombas y toda la parafernalia militar malgastada en todo el mundo. La soberbia y la arrogancia de grupos de poder están hoy de rodillas. Cuantificar a nivel global el daño humano y económico que provocará este desastroso evento es aún prematuro, pero estará en el orden de los 1x109 de la moneda verde, pero sí los que somos capaces de analizar este evento vemos que se está logrando lo que la burocracia internacional y la clase política mundial igualmente inepta y corrupta (salvo raras excepciones) no consiguió: la drástica reducción de la contaminación ambiental en zonas endémicamente poluidas. 

Vemos que Gaia en 90 días de “recreo” se está recuperando de forma espectacular. Sin embargo este es uno de los últimos “preavisos” que nos da la Tierra. La esperanza es que en este tiempo de reflexión y autocontrol la inteligencia forme un paradigma que se imponga a todos los modelos de imposición y destrucción y sea el inicio del respeto integral que privilegie relaciones humanas más fraternas, el respeto por toda la creación y el gusto por los valores éticos.
 




    

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