21 de noviembre de 2021, 5:10 AM
21 de noviembre de 2021, 5:10 AM

A a lo largo de las últimas décadas el término competitividad se ha establecido con firmeza en el lenguaje usual de centros educativos, empresarios, economistas y políticos. Se refiere en general a los múltiples temas vinculados con la función de producción y con la mejor manera de ser competitivos en pautas tanto de comercio exterior como de industrialización e innovación. Asimismo, implica necesarias modificaciones estructurales orientadas a optimizar cadenas productivas, lograr eficiencia y penetración en otros mercados.

L ”Tenemos que estar al nivel de la competencia” o bien “nos están obligando a ser más competitivos”, son hoy frases usuales que impulsan u obligan acciones múltiples en ámbitos privados y en el sector gubernamental. En 2021 y en los años que vendrán el que no es competitivo hoy (sea país o empresa) podría quedar fuera del mercado, creando un ambiente de consecuencias negativas múltiples, hasta con repercusiones geopolíticas si se tratare de grandes países o grandes conglomerados multinacionales.

Han habido (hay) muchísimas variantes y modelos sobre competitividad. hace ya 20 años “La Nación” de Buenos Aires reprodujo una nota del estadounidense Jeffrey Sachs relativa al tema, que bien vale la pena recordar (www.lanacion.com.ar/opinion/la-competitividad-global-nid350872/). Para el conocido economista, competitividad es la capacidad nacional de alcanzar un desarrollo económico sostenido en el mediano plazo (cinco años). No quiere decir esto que la competitividad de un país implique la falta de competitividad de otro. Con mejores acciones todos los países del mundo podrían incrementar su desarrollo en forma simultánea pero como eso no se da en la realidad, sí tiene sentido clasificar a los estados por su capacidad de crecimiento o caída ya que se compite por una masa de capital internacionalmente móvil. Cuantas más inversiones extranjeras directas coseche uno, tantas menos podrá atraer otro. Y por eso hay fuertes pujas multinacionales para atraer inversiones, aunque en algunos países sus propias ideologías son factor de rechazo, pese a la angustiosa necesidad de conseguir fondos para sus necesidades de desarrollo. Ejemplos abundan de ambos lados. Saque el lector sus propias conclusiones.

Sachs y otros expertos han determinado la competitividad de un país (su capacidad de crecimiento) basándose en tres criterios amplios: a) estabilidad macroeconómica; b) tecnología y c) instituciones públicas, resultando así un índice general de competitividad. En lo que hace a Bolivia podemos afirmar que tenemos estabilidad macroeconómica, pero fallamos mucho en materia de innovación tecnológica y de instituciones públicas. Hay falta de inventiva e iniciativas para procurar generar productos de nueva tecnología basados en la real dotación de factores que tenemos: escaso capital y mucha mano de obra. La tecnología importada es abundante en capital -por que eso es lo que sobra en las naciones adelantadas- pero no es el caso en las emergentes, dónde la angustia del momento es la falta de dinero y la creación de empleos. Y con respecto al tercer factor, debemos afirmar con preocupación que Bolivia es un ámbito de escasa seguridad jurídica; eso genera una peligrosa contrapartida que se traduce en inestabilidad institucional, irregularidades en el manejo de la cosa pública, malos procesos judiciales, etc. El conjunto aleja potenciales inversiones y desalienta las existentes, impulsando su éxodo hacia lugares más propicios.

Así, pues, la auténtica competitividad va más allá de la mera capacidad de competir; es más bien la continuidad de un proceso de crecimiento auto sostenido que bien ejercido produce el cambio cualitativo. De ahí la enorme importancia de lo que realmente significa ser “competitivo”. No solamente es cuestión de vender mejor o más barato; hace falta más, mucho más...

Agustín Saavedra Weise es Economista y Politólogo


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