Opinión

La división social del trabajo

4 de agosto de 2020, 6:52 AM
4 de agosto de 2020, 6:52 AM

Coloquialmente, nuestra gente diría, zapatero a tus zapatos. Y en grupos mayores, es una condición de organización básica en la que cada cual realiza lo que mejor sabe y puede, en una condición de complementariedad y utilidad personal y pública. Se trata, también, de apelar a las capacidades, aptitudes y a la formación individual con los cuales nos podemos sentir útiles y que, convertido en arte, oficio o profesión, sustentan nuestra vida.

En lo público, el principio se expresa en la jurisdicción y competencias. Existe por lo tanto un espacio físico en el cual un servidor público puede ejercer determinadas atribuciones para dar cumplimiento a la razón de su ejercicio, sea electivo o de designación cumpliendo así el principio de legalidad que debe emanar de la ley.

En las empresas, la división del trabajo hace referencia al “número de tareas distintas en que se distribuye el trabajo necesario para la producción de un bien o servicio, tareas que han de ser realizadas por distintos trabajadores especializados en cada una de ellas.” Han trabajado sobre esta categoría Émile Durkheim, Adam Smith, Karl Marx, Fayol, Weber para no citar sino algunos clásicos, insistiendo cada uno de ellos en la división como hecho social que condiciona al individuo a desarrollar una función, que, en el plano de la solidaridad social, le corresponde resolver.

La división del trabajo conduce a la especialización para que la eficiencia aumente y mejore la productividad, la rentabilidad de la organización; la necesaria solidaridad basada en el sentimiento y la actitud de unidad que se expresa en metas o intereses comunes, terminan fortaleciendo los lazos que unen a los miembros de una sociedad. Llevado el principio a las naciones, es un instrumento para lograr el desarrollo y crecimiento sostenido de ellas, en productividad y eficiencia de la economía.

El principio así expresado, plantea también dificultades. Mientras más estamentada es una organización, más rígidas serán sus reglas y la posibilidad de lograr movilidad y cambio social para sus integrantes. La meritocracia y la especialización extrema cuando determinan el ámbito de las funciones, exigen mayor formación y competitividad, aumentando las demandas de capacidades, minimizando el tiempo de dedicación a cada tarea y optimizando el resultado final del mismo.

En sociedades en las que prima el favoritismo y el compadrerío, obviamente, todo lo dicho forma parte de la teoría y puede convertirse en una aspiración. Similar situación ocurre cuando las sociedades atraviesan procesos anormales que, desde crisis, confusión o catástrofes, generan dificultades sobrevinientes. Es en momentos como estos en los que aparecen, y se necesitan, liderazgos propositivos y disruptivos. En bonanza todo es más fácil, pero es en las pruebas individuales y colectivas en las que queda en evidencia el temple y la fortaleza humana.

La solución por el desastre no lleva a ninguna solución. Está claro que este es el momento de apelar a la resiliencia y la entereza en una apelación al equilibrio y al discernimiento.

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