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25 de septiembre de 2024, 4:00 AM
25 de septiembre de 2024, 4:00 AM


Carlos Guzmán Vedia

Las ciencias sociales han establecido dos acervos teóricos para conceptuar las identidades nacionales. La tradición francesa, que condensa las ideas de la revolución jacobina; y la tradición alemana, esgrimida por el Conde De Gobineau y fundamento teórico del nacionalsocialismo alemán.

Libertad, igualdad y fraternidad, los postulados franceses que se expandieron por el mundo abogaban por la hermandad universal de los pueblos; no importa que los migrantes lleguen a París desde África o Asia; que su color de piel y sus idiomas sean distintos; si trabajan por la patria francesa y adoptan los postulados de la revolución son considerados miembros de la comunidad. Contrariamente a la tradición alemana, anclada en el mito de la sangre opera como antítesis de los franceses; pues más allá de aprender el idioma, trabajar y amar a la patria alemana, sino se lleva en la sangre la descendencia de Federico el Grande, es imposible que sean considerados parte del volksgeist.  

Bolivia no es ajena a esas tradiciones. El indigenismo boliviano -teórico y estatal- adscrito a la tradición alemana, ha constitucionalizado la diferencia entre los indígenas y el resto de la población, creando ciudadanos de primera y segunda categoría, argumentando una superioridad del sujeto indígena -le llaman reserva moral- que en los hechos deviene en una instrumentalizacion política de su vulnerabilidad y un aprovechamiento simbólico de sus culturas.

En Santa Cruz, Jesús Cahuana migrante occidental y eterno dirigente gremial, afirmó que “El camba nace donde quiere”, adscribiendose sin saberlo a la tradición francesa y sintetizando el sentir de la ingente migración interna y extranjera que consume la cultura cruceña y la transfiere a sus hijos. La cruceñización del migrante es un fenómeno cultural ampliamente abordado en los estudios sociales. La representación política de Santa Cruz a través de los migrantes no tanto, para nadie es un secreto que varios concejales, alcaldes, diputados, asambleístas y/o  senadores, son migrantes o hijos de migrantes, que han sido elegidos democraticamente para representar los intereses políticos de la ciudad y el departamento. Que lo hayan hecho bien o mal es otro debate, pero la Brigada parlamentaria cruceña siempre ha sido la más plural y nacional de todo el país. 

Sin embargo, en la élite cruceña -al igual que el indigenismo boliviano-, quedan vestigios de la tradición alemana. Al revisar el estatuto del Comité Cívico Pro Santa Cruz -Gobierno moral le llaman- hay que ser cruceño de nacimiento, o hijo de padre o madre cruceña para acceder a la presidencia. La cruceñidad tiene que hacerse carne en la presidencia. La cruceñidad es el escudo identitario que opera como el principal dispositivo ideológico del departamento, más allá de los partidos políticos que están subordinados a los humores del CPSC y no tienen una milésima parte de de convocatoria y movilización que logra un cabildo.

Por ello la identidad cruceña baila entre las dos tradiciones. Mientras en la base social existe una identidad cruceña en permanente construcción -a la francesa-, donde todo migrante que llegue, trabaje y ame a Santa Cruz podrá ser considerado y considerarse camba como lo dijo don Jesús. En la élite eso no es tán fácil; el mito de la sangre, de la familia, de los circulos sociales y de la tradición es mucho más pesado que el de las competencias y capacidades, basta saber que nos sigue gobernando la descendencia de don Francisco Javier.

No obstante, el desarrollo del capitalismo exige amplitud democrática, renovación e innovación política; necesita de instituciones sólidas y transparentes que condensen a cabalidad a una sociedad moderna. Mientras eso no ocurra, la identidad cruceña seguirá en esa confusión teórica que deriva en una ignorancia práctica, de una ciudad que pretende ser moderna, pero que es frenada por valores e instituciones culturales anacrónicas.


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