21 de enero de 2022, 4:00 AM
21 de enero de 2022, 4:00 AM

He tenido la oportunidad de ver la miniserie Comey Rule o la Ley de Comey dirigida por Billy Ray. Versa sobre el ex director del FBI, James Comey, protagonizado por el reconocido actor Jeff Daniels. Este director se dio el gusto de televisar en esta serie su libro “Una lealtad incomparable: verdades, mentiras y liderazgo” (“A Higher Loyalty: Truth, Lies and Leadership”). He reaccionado a esta escueta serie de tres horas y treinta minutos bajo un doble perfil: como ciudadano de a pie y como profesor de la carrera de ciencias políticas de la UMSA. ¿En qué consiste esta valoración en dos sentidos? Como ciudadano hincha del Tigre he atestiguado un comportamiento ejemplar en el señor Comey. Ha sido un persecutor impiadoso de la moral de Hillary Clinton a sólo un par de semanas de la elección presidencial de 2016 en la que nuestra digna dama llevaba una ventaja de aproximadamente 5 puntos.

¿Qué hizo el jefe del FBI? Revisar una inmensa cantidad de correos electrónicos de la ilustre candidata para saber en qué andaba. No olvidemos que fue la Secretaria de Estado de 2009 a 2013. ¿Se ubican en qué consiste esta pega? Pues, para decirlo en versión sencilla, su empleo consistía en saber … ¡todo! Era la reina detrás del trono. ¿Se ocupaban de Siria con algún par de bombas? Ella lideraba aquello. ¿Se acercaban al gobierno de Cuba? Ella fisgoneaba preocupada por detrás. ¿Mantenían relaciones con Evo Morales? Um, esto, a decir verdad, no sé si veía doña Hillary. Los países de este lado del planeta empezaron a verse como incordios intragables y Bolivia, no tengo dudas, lideraba ese potencial remezón. No importa. Quede la idea: Clinton veía como Clark Kent sin gozar de aquellos poderes sobrehumanos. Por ende, que el “dueño” del FBI se atreviera a revisar los emails de amor de la Secretaria, aquellos serios, otros tantos correos repletos de cifras, mensajitos a Bill y las wawas y qué sé yo qué más, con el propósito de ver algún desaliño peligroso para la integridad de la potencia americana, me sonó pertinente: “capo”, pensé.   

Con similar denuedo esta autoridad gringa se puso a revisar el lazo de Trump, protagonizado por el actor irlandés Brendan Gleeson, con los rusos: “lo van a pescar a este mamón”, me ilusioné. Los rusos como financiadores no tanto de la campaña electoral de Trump, pero si como promotores de su vorágine empresarial desde entonces instalada en aquella tierra europeo-asiática. ¿Qué? Lo que se oye: el candidato hizo negocitos en Rusia y su codicia supuso la supeditación de Estados Unidos, precisamente el país que quería gobernar e iría a hacerlo, al putinismo más amigable y sexi. ¡De no creer! ¿Qué hizo el director del FBI para detenerlo? Un seguimiento pormenorizado al asunto tratando de encontrar pruebas que incriminaran al nuevo líder republicano con este problemilla. ¡Carajo! Un héroe. ¿Se imaginan antes de las elecciones presidenciales del 2020 de Bolivia la aparición del señor Comey en la política nacional revisando algún desastre del candidato Luis Arce para después continuar con alguna pillería del candidato Carlos Mesa? Esito fue Comey. ¡Sin reparos! En busca de alguna tropelía delictiva en Arce o de alguna pusilanimería (más, siempre hay más) en Mesa.

¿Mi reacción? Capo el hombre, guiado por un mandamiento de partida: “mi trabajo no es político, por tanto, debo morder donde debo morder”. He ahí el meollo: ¡su trabajo no fue ni es político! 

Mi segunda valoración ya no es como ciudadano, es como profesor de ciencias políticas de la UMSA. ¿Cómo me pareció la película? Genial, no tengo dudas, pero por una razón inversa a la expuesta: me cuesta creer tanta estupidez en una sola autoridad, ¡el director del FBI! ¿Cómo? La razón es imprescindible de ser enfatizada: el comportamiento heroico, puritano y, valga remarcarlo, apolítico de este caballero me pareció un gigantesco error. Parto de la siguiente tesis: su labor apolítica, en verdad, no es tal. ¿Es política? No y sí. Si recurrimos a la teoría del campo político de Pierre Bourdieu es evidente que deberíamos encontrar a esta autoridad surcando los entresijos del campo político. ¿O sea? O sea, verlo en el borde de la política, en la puerta de entrada de ésta, ¡a medio metro del candado de esta actividad usualmente torpedeada! No sumergido en el salón de eventos de la política, claro está, pero con al menos un pie desplegado en el portón de entrada. La pureza no-política de Comey, por tanto, no existe ni debe existir en un ambiente político. Sépanlo: no puedes investigar cómo hacen parrilladas los vecinos sin siquiera mancharte alguna vez con carbón. No hay tal.

Esa sólo puede ser una perversión ilógica de la política, fruto de la incomprensión a la exquisita exposición de don Max Weber. ¿Qué nos decía este distinguido profesor germano? Hay dos éticas-políticas, sentenciaba el brioso intelectual, aquella ética de la convicción y aquella ética de la responsabilidad. Los curas se comportan con la ética de la convicción dentro del templo: no mienten, no calumnian, no roban. ¿Y si el cura sale del templo, pero insiste en regirse con las reglas de este pío lugar? Error. No puedes dar aleluyas a mansalva en la Tumusla, en el Segundo Anillo de Santa Cruz a las 15.30 de la tarde o en la Calle Guzmán de Rojas sólo porque el Señor te lo pidió. ¿Qué sucede? Te tildan de fanático. Perfecto. ¿Y los políticos? Igual, sólo que al revés. No vayas con una botella de ron diluyéndose en tu sangre a escuchar misa. Semejante exceso chupístico en el templo sería similar al padrecito pecando con compañeritas picaronas fuera del templo. La ética de la convicción funciona dentro de la Iglesia, la ética de la responsabilidad funciona fuera de esta. Punto. Si un asesino viene a eliminar a tu madre y te encuentra en la puerta de casa a poca distancia de tu progenitora, más te vale que le digas que tu mamita ya está muerta, que le dio el coronavirus y que ya se la llevaron al Cementerio de los Elefantes. Pero, ¿no es mentira? Absoluta. Re-mentira o mamada al cubo, como bien diríamos. ¿Entonces? Entonces sé político y no te atrevas a ser un santo palomo fuera de la iglesia. Es igual a irte drogado después de haber asaltado a una anciana y pateado a dos transeúntes a oír al Señor en algún rincón del Templo de la Virgen, ¡sólo que al revés! ¿Se entiende? Pues sepamos que don Comey no debía comportarse en su trabajo como si estuviese en un monasterio del medioevo: debía ser político y actuar en consecuencia. Pues no lo hizo, aunque el templo fue debidamente montado a 15 centímetros de su escritorio.

Pero, ¿no me estoy excediendo? ¿Significa eso mentir como lo hace el MAS con grosero descaro? No, claro que no. Significa leer los tiempos, como cualidad máxima de la política, sabiéndolos interpretar. Recordemos que, a pocas horas de la votación, Comey se percató de un detallito de novela: “Hillary no tiene nada, sus correos no son prueba de nada”. O sea, el director del FBI se dedicó sin dormir a comprobar … ¡nada!, con el consabido perjuicio a la candidatura de Clinton, quien, a la postre salió derrotada. ¿Y Trump? Tampoco se pudo verificar nada. Su nexo cercano con Rusia fue una noticia tremenda con final indecoroso: ¡no se pudo concluir con una sentencia fidedigna y Putin se convirtió en la Virgen María! Bueno, ¡qué pena! Ya habrá otros casitos para ir investigando. No, ¡no habrá ya casitos para nada! ¿Síntesis de su aplomo? Hillary sin pruebas en su contra derrotada electoralmente, Trump sin pruebas en su contra ganador de la elección. ¿y Comey? Escribiendo este libro que se volvió película con un propósito: mostrar lo candoroso, lindo y honrado que fue él durante su trabajo. Dejar en claro su valor de discípulo de las Siete Cruces. Plasmar su conducta de monaguillo de la Edad Media. ¿Correcto? En absoluto. No descubrió jamás que la llajua se hace con locoto, aunque igual una pepa voló hasta sus ojos cegándolo.

¿Qué debió hacer? Manejar aquello que es el valor máximo de un político: el tiempo. Lo más remarcable en un pescador es su anzuelo y el tiempo es el anzuelo del político. Ergo: debió admitir su condición de político no partidario (al menos entre su gente) y actuar con la prudencia que exige este atributo. No tocar a Hillary hasta que concluyera la elección y perseguir a Trump durante la campaña. La señora hubiese sido presidenta, nos hubiésemos ahorrado cuatro años de ese mentecato patológico y, lo más importante, Comey sería el director del FBI. 

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