Opinión

La mente de los dictadores

10 de noviembre de 2019, 3:00 AM
10 de noviembre de 2019, 3:00 AM

De acuerdo al Índice de Democracia (2018), 35.6 % de la población mundial (un poco más de dos mil millones de habitantes), se encuentran bajo un régimen autoritario. Desde Julio César (100-44 a. C.), considerado el primer dictador democrático, hasta nuestros días, son numerosos los tiranos gobernantes, aspecto que ha motivado a los investigadores a preguntarse si la mente de un gobernante autoritario funciona de manera diferente.

Según la Neurociencia, en el lóbulo frontal inferior del cerebro se localiza un circuito, que impide los impulsos agresivos, siendo las amígdalas el centro principal de una red neuronal donde se regulan el miedo, la rabia y la memoria emocional. Cuando este centro está malformado o dañado, las personas quedan predispuestas a comportamientos impulsivos o psicopáticos. Por tanto, actividades que satisfacen a la mayoría –como puede ser leer un libro o recrearse con la naturaleza–, no tiene ningún impacto en una persona con amígdalas subdesarrolladas, escribe James Fallon.

Para Seth Davin, un caudillo opresor rebosa de confianza, pero también suele estar muy absorto, son mentirosos profesionales, sin compasión, suelen ser sádicos y poseen un apetito insaciable de poder, mientras que para John Gunther, “todos los dictadores son anormales y la mayoría de ellos, son neuróticos”.

Jerrold Post sostiene que a menudo muchos dictadores sufren patologías borderline, es decir que se encuentran en la frontera entre neurosis y psicosis. “Son individuos que pueden funcionar de manera perfectamente racional, pero que, en determinadas condiciones de estrés superan el límite, sus percepciones se distorsionan y esto se refleja sobre sus acciones. Esto suele ocurrir cada vez que pierden o incluso si ganan. Y el único público que cuenta para ellos es… el espejo”.

Según Daniel Eskibel, “el dictador es aquel que se ve dominado por una estructura cerebral situada en el tronco encefálico, idéntica al cerebro de cualquier reptil y que lo empuja hacia el dominio, la agresividad y la defensa del territorio”. Una vez que se instala el opresor en el poder, si la persona no está preparada, “entonces es solo cuestión de tiempo para que el cerebro reptil se apodere de los resortes del mando”. Para Eskibel: “lo ves solo, aislado, sin escuchar, sin contacto con la gente. Agresivo, cometiendo errores que nunca creíste pudiera cometer. Cada vez más rodeado por incondicionales que solo dicen que sí”.

Mario Vargas Llosa, autor de una novela sobre el dictador dominicano Rafael Trujillo, narra esto: “Se piensa que un hombre fuerte, un hombre de carácter, un hombre con pantalones, que aplique mano dura, puede ser mucho más eficaz que un sistema democrático para resolver los problemas…, la historia nos demuestra que las dictaduras son mucho más ineficientes que las más ineficientes democracias, que dejan siempre una secuela terrible de corrupción”.

A manera de reflexión, en el siglo XVI Étienne de la Boétie dijo que los seres humanos tenían una tendencia casi natural a la servidumbre y que esto le llevaba a subordinarse a hombres que asiduamente no tenían una personalidad desbordante. “A menudo este mismo hombrecito es el más cobarde de la nación, desconoce el ardor de la batalla, vacila ante la arena del torneo y carece de energía para dirigir a los hombres mediante la fuerza”. “De ahí que si la personalidad de los dictadores no es el factor clave para explicar las características de una dictadura, tal vez habría que cambiar de enfoque y hablar de qué ocurre… en la psicología de sus ciudadanos”, afirma P. M. Sandri (2012).

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