18 de febrero de 2023, 7:13 AM
18 de febrero de 2023, 7:13 AM


A un dirigente cocalero de los yungas, César Apaza, le dio una embolia en el penal de Chonchocoro. Dejó de reaccionar y nadie le brindaba asistencia, hasta que fue atendido por el médico particular del gobernador cruceño, también recluido en el penal. La mayor falta de ambos es ser opositores al Gobierno del Movimiento Al Socialismo. Solo por ese milagro fue trasladado de emergencia a un centro asistencial donde le dieron los primeros auxilios, aunque el diagnóstico ya mostraba un daño irreversible en su salud.

En otro episodio del mismo penal, un reo muy peligroso, acusado de matar a un ciudadano en Santa Cruz, tuvo la venia de los mandamases de la cárcel y fue trasladado dizqué de emergencia a un hospital, donde no tuvo ningún reparo para matar al policía que era su custodio y fugar. ¡Vaya diferencia en los dos casos! Pero ambos sirven de muestra sobre cómo funciona el sistema penitenciario en Bolivia y para constatar que éste no está exento de la corrupción.

El sistema penitenciario de Bolivia tiene un sinfín de irregularidades. En cada requisa se encuentran drogas, bebidas alcohólicas y hasta armas punzocortantes, que entran por la puerta principal, en las narices de los policías y seguramente después de haberse pagado los sobornos correspondientes. También hay situaciones de pobreza extrema e inhumana, con reclusos que ni siquiera tienen espacios dignos para dormir, muchos de los cuales padecen enfermedades graves y contagiosas como sida o tuberculosis, sin poder acceder a medicinas o atención médica.

En el caso de Chonchocoro, el dirigente cocalero sufrió una embolia y en el penal no había un médico que lo atienda. ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Y en cuántas cárceles más ocurre lo mismo?

Lo peor de todo es que esta realidad no parece importarles a los responsables de que las cárceles funcionen bien y que haya dignidad para quienes llegan a ellas. En contrapartida, en los tribunales se decide enviar a los acusados a los penales como la primera medida, sin tomar en cuenta el grado de hacinamiento que hay en todos los centros de reclusión del país. Llegan rápidamente, pero cómo cuesta que salgan, aunque tengan las condiciones para defenderse en libertad o bajo otras medidas cautelares.

Los reos altamente peligrosos están mezclados con los que van presos por asistencia familiar, hay consumo de drogas y es altamente probable que quien entra sin usarlas, salga adicto a ellas por la permisividad que hay y porque impera la ley del más fuerte, generalmente los que ya tienen años en el lugar o los reincidentes.

La falta de atención no puede ser un descuido circunstancial, porque ha habido episodios lamentables que ya deberían haber motivado la construcción de verdaderas cárceles, con seguridad. Fugas individuales y masivas, muertes de internos a manos de otros presos por pugnas de poder; en Palmasola hubo un ataque de los reos de un pabellón a otro, dejando un saldo de más de 20 muertos y un largo etcétera.

Los familiares de los internos denuncian con cierta recurrencia que hay cobros para meter alimentos y hasta para ingresar a visitar a los reos. Eso pasa, se da a conocer y, después del show correspondiente, la realidad se mantiene como si nada.

Las noticias que salen de los penales son dramáticas y ya es tiempo acabar con esa situación de descontrol y menosprecio por la vida de los reclusos más pobres o los opositores políticos. Ya pasó, en grado extremo, con Marco Antonio Aramayo (preso por denunciar corrupción en el Fondo Indígena), a quien sistemáticamente se le negó el derecho a la salud, a pesar de su complicado estado, lo que acabó matándolo.

¿Hasta cuándo se va a permitir esta situación? El poder es efímero y debería ser utilizado para servir a los bolivianos y no para actuar con negligencia como en la actualidad en el sistema penitenciario.