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11 de junio de 2019, 4:00 AM
11 de junio de 2019, 4:00 AM

Los chiquitanos, tras la expulsión de los jesuitas en 1767, abandonaron los pueblos de misiones y comenzaron a fundar pequeñas comunidades que seguían los patrones establecidos por los padres Jesuitas, con el mismo trazado urbano, con sus autoridades y su Cabildo como en el pasado; sus celebraciones continuaron con las tradiciones cristianas.

Fiestas religiosas como la Semana Santa, conservaron la misma devoción, lo que hace que sea una de las experiencias religiosas más importantes de Bolivia, nos dice Paula Peña. En La nación de los indios Chiquitos se demuestran las claves que fortalecen la construcción del imaginario de un pueblo que venció al tiempo. Sin duda, la primera es la cultura en la que creen y viven.

Existen políticas públicas que reconocen y administran el territorio y superan las distancias con autoridades locales, que gestionan la cultura y la alientan con actores públicos y privados. Esta es una diferencia radical con relación a los otros países misioneros del continente, aquí, la autoridad empieza en el territorio.

La segunda clave son las actividades generadoras de excedente económico y simbólico del cual hoy vive materialmente el territorio y que, junto con la producción agrícola y ganadera presente en las culturas rurales, tiene en la partitura, el violín y la música, el alma diferenciadora. A esos dos elementos básicos, producción de la tierra y la música expresados como cultura viva, hay una lista que se integra al llamado desarrollo económico  local en todas sus manifestaciones; el turismo y sus expresiones religiosas es una de las especificidades chiquitanas; esta forma de vida se acompaña de sostenibilidad, aventura, naturaleza, cultura, historia, arte, comunidad y vivencias.

El valor de la cultura propone la vida para gozarla por el propio viviente, con políticas públicas en los gobiernos municipales y en la mancomunidad de municipios que se convierte en el eje articulador del territorio al enlazar el nivel departamental con los órganos nacionales. Ahora se construye una agenda que posiciona al territorio internacionalmente, desarrollando sus capacidades para los vivientes y para visitantes.

Este territorio con identidad tiene condiciones para lograr desarrollo con resultados. La primera es identificarlo en el mapa. Cuando se define el espacio territorial sobre el que se trabaja, es más fácil precisar las potencialidades, los marcos institucionales de gobernabilidad y gobernanza, la gestión y la gente que será la responsable de construir su futuro, con poder.

La evaluación del potencial y los límites, será el paso siguiente. Para decirlo en clave de imaginario y desarrollo, el territorio chiquitano es hoy la gente que vive en él y se expresa a través de sus cabildos indígenas, los emprendedores, los gestores, los municipios, los alcaldes, la Mancomunidad de Municipios de la Gran Chiquitania, la oferta hotelera, gastronómica y turística, y que se extiende hasta cualquier lugar en el que exista un angelito tallado, una randa urbana, una costura bordada y un violín que interprete el barroco americano, física o a través de medios magnéticos. Por eso, Chiquitos es de todos.

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