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31 de diciembre de 2023, 15:52 PM
31 de diciembre de 2023, 15:52 PM


Por Gilberto Rueda Esquivel

A finales del siglo XIX e inicios del XX, poco a poco las ciudades bolivianas empezaron a tener luz eléctrica en sus plazas, parques y edificios públicos. Las primeras fueron Potosí, La Paz, Oruro y Cochabamba. La ciudad de Santa Cruz de la Sierra contó con luz eléctrica a partir de 1915, para la inauguración de la catedral cruceña, celebrada el 18 de agosto de aquel año, aunque apenas duró un par de horas para aquella noche y sólo a partir de 1923 la capital cruceña tendrá luz eléctrica regularmente estable.
En el departamento cruceño, Vallegrande se sumó al progreso, buscando obtener la tan ansiada luz eléctrica. En 1919, la Junta Municipal vallegrandina que estaba dirigida por el abogado Manuel Peña Sandoval, encargó a Julio Melitón Prado – próspero comerciante propietario de la casa comercial Le Port Arthur y además miembro de la Junta Municipal – que adquiriera las lámparas necesarias para iluminar la plaza de armas y un motor de generación de energía.
Prado, comprometido con su deber, consiguió las lámparas y todo lo necesario en el país, sin embargo, quiso adquirir la mejor opción posible en cuanto a motores, por lo que se contactó con la casa comercial Dayton Engineering Laboratories Co., de Ohio, en Estados Unidos de Norteamérica, para adquirir su último motor con el diseño patentado Delco Light, que ofrecía 750 vatios, suficientes para mantener hasta 15 lámparas encendidas en la ciudad.
Hecho el trato el motor llegó hasta el país en diciembre de aquel año, Prado en persona, con las mulas necesarias, se encargó se hacer llegar el motor desarmado hasta la ciudad, pero los caminos no eran seguros y las lluvias de la época hacían muy difícil el trayecto: Además de la mojazón diluviana que se llevaron, el grupo fue asaltado y Prado por poco pierde la mercadería; consiguió llegar con la carga intacta a la ciudad, pero quedó con una neumonía que lo llevó a la tumba el 30 de diciembre de ese mismo año.
El motor y todos los implementos necesarios quedaron en manos de la viuda de Prado, la señora Lindaura Montaño Caballero, quien los guardó por seis años, pues ningún gobierno municipal posterior quiso completar el pago por el motor, alegando que llegó descompuesto o incluso que era un gasto insulso para la ciudad.
En 1925, año del centenario de Bolivia, el presidente de la Junta Municipal vallegrandina de ese año, José Eliseo Villazón Pérez, pagó los fletes adeudados y trató de hacer funcionar el motor con algunos posibles entendidos en mecánica y electricidad. Lamentablemente no lograron armarlo. Sin embargo, un accidente aéreo llegó a convertirse en un hecho fortuito para la ciudad: El 16 de junio de 1926, un avión del L.A.B., aerolínea creada apenas el año anterior, había sufrido una rotura del tren de aterrizaje y quedó varado en Vallegrande. Su mecánico, el alemán Paul Lowatzky, llamado por Villazón, se comprometió a ensamblar el motor y realizar la instalación eléctrica necesaria en la ciudad. Lo hizo de forma gratuita, en sus ratos libres, mientras reparaba el Junker Beni – así se llamaba el avión – del L.A.B.
Aquel año y en pocas semanas, Lowatzky hizo funcionar el motor, iluminando la plaza principal vallegrandina y el viejo salón de acuerdos del edificio municipal – hoy salón principal de la Casa de la Cultura vallegrandina “Dr. Hernando Sanabria Fernández” – convirtiendo a Vallegrande en la segunda ciudad del departamento en tener luz eléctrica. El motor funcionó por casi veinte años, iluminando las noches vallegrandinas, hasta agotar su vida útil. En la década de los cuarenta, Rubén Terrazas y Pedro Montaño consiguieron otro motor para la ciudad que quedó en la memoria colectiva como el primero que tuvo la capital vallegrandina. Valga este artículo para recordar a los precursores de la luz eléctrica en la entrañable provincia cruceña. La tradición oral es importante, pero revisar los archivos es esencial para entender nuestro pasado.

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