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9 de enero de 2018, 4:00 AM
9 de enero de 2018, 4:00 AM

Las leyes son acuerdos  para convivir en sociedad bajo reglas que eviten la supremacía de unos sobre otros y frenen los atropellos contra los derechos  individuales y colectivos de todas las personas. Las leyes, salvo discriminación positiva, se aplican sin discriminación de ningún tipo.  

Hace mucho tiempo que los familiares de víctimas de mala praxis en salud han demandado la tipificación del delito de la mala  práctica (que está tipificado en muchos países del mundo, no es invento de Bolivia, Venezuela ni de Cuba, para salir de la ignorancia). Hace tiempo y a diario los accidentes de tránsito no son ‘involuntarios’; en su mayoría, se deben a una total irresponsabilidad y anarquía del transporte privado y público. 

Hace tiempo que la justicia ha tocado fondo debido a la corrupción  ilimitada.

Hace tiempo que el Gobierno de Morales ha perdido el control de lo que aparentemente  controla hegemónicamente; puesto que los hechos de corrupción, el pésimo manejo en resolución  de conflictos, la relación casi forzada, poco amigable y respetuosa con los periodistas, la nula lectura  de la temperatura política, la inexistente relación política con la oposición; los compromisos  que se asumen y no se cumplen con diversos sectores, las recomendaciones que pocas veces se toman en cuenta. Todo eso acrecienta los conflictos y hace que los bolivianos nos miremos otra vez desde veredas diferentes, porque este escenario  ‘o blanco o negro’, que trabajan oficialismo y oposición, confronta y asusta.

Hace tiempo que la oposición  decidió  oponerse a todo irresponsablemente y llamar traidor o enemigo al que se resiste a ser un zombi alineado. Con esta actitud está enterrando liderazgos jóvenes, maniatados por viejas vendettas. Déjenlos volar sin viejas cargas racistas odiadoras.  Los jóvenes están siendo retados hoy a trabajar en una agenda renovada. 

En principio, creí que promulgar el Código Penal en medio de la crisis por el fallo constitucional muy cuestionado era una hábil estrategia del Gobierno para medir la fuerzas, poner otra agenda en mesa en el contexto interno y externo. No sé hasta ahora si de verdad al Gobierno le interesaba un nuevo código muy poco socializado. Si el Código Penal fue un dispositivo estratégico, evidentemente, hasta la oposición cayó en el juego exprofeso,  impulsando un rotundo No al artículo 205, un No que además se convierte en el blindaje para buenos, malos y pésimos funcionarios del sistema de salud y otros que pisotean los derechos de los demás. Pero tampoco creí que a la oposición le interese promover un nuevo código porque no promueve nada. El código en realidad fue nada más  que el caballito de batalla por angas o por mangas.  

No hay ciudadano de bien (hay millones de  bolivianos de bien) que no quiera duras sanciones para los ineficientes, maltratadores, violadores, estafadores, mercantilistas, evasores de impuestos; políticos corruptos, sean profesionales, técnicos, artesanos, boleteros, sacerdotes o porteros, guardias o ministros, masistas, demócratas,  amarillos,  etc. Para el caso, no importa, con o sin título, el que no sirve, no sirve y "camba  viejo no aprende a rezar". Pero aquí, de pronto, las fraternidades del mutuo socorro han declarado  que en este "jardín del edén", todo lo que vive es santo. 

Son las obviedades tan descaradas y  elementales las que saltan como liebres y ojalá  todos viéramos con claridad, porque en política hay ‘cálculos’ con resultados terribles para la población, sobre todo si son aplaudidos y seguidos por la gente con fe ciega y con odios. El odio y la fe ciega son los caballitos  de batalla más letales que necesitan los políticos y otros interesados  para incendiar a un país  desde su búnker y una sociedad enferma  de odio y de fe ciega ya no distingue la mentira de la verdad, al hermano ni al vecino. Y entonces, la guerra,  el más  tremendo fracaso político, se impone, para retornar a la larga a un acuerdo político. ¡Así nomás  es!

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