Opinión

Malacostumbrados y mucho más

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5 de mayo de 2019, 3:37 AM
5 de mayo de 2019, 3:37 AM

Amalaya todo se resumiera apenas a una cuestión de malacostumbre. Pero tratándose de libertades democráticas, todo acto que vaya contra ellas o amenace socavarlas en lo más mínimo no puede ser considerado apenas una malacostumbre. Las normas y leyes que le dan estatus de derechos a esas libertades establecen claramente sanciones para castigar a quienes las irrespetan y violan. Por eso es importante tener en claro qué es y qué no es una malacostumbre. Dejar de cepillarse los dientes, no acomodar la cama, hablar con la boca llena, etc., son malas costumbres. Pero usar una posición de privilegio –sea por el poder político, económico o de fuerza bruta- para coartar un derecho, como es el de la libertad de prensa entre muchos otros, es un abuso de autoridad con un pie en el delito.

Esta es una aclaración necesaria y urgente hoy, en particular para los periodistas y dueños de los medios de comunicación que abrazan el periodismo por vocación y convicción, y no solo como una repetidora de voces oficiales, políticas o empresariales, a las que hay que hace prevalecer sobre la información dada por voces múltiples y por encima del principal objetivo, que es la búsqueda de la verdad de los hechos. Una búsqueda permanente que nunca acaba y que obliga a hacer de la libertad de prensa una batalla de cada día. Batalla que nunca ha sido fácil, como recordó hace unos días el periodista Juan Pablo Guzmán, al despedirse de Bolivisión y del programa nocturno Hora 23 que conducía desde 2017.

Juan Pablo dejó el programa ante el hastío que le provocaron los frenos y “sugerencias” para “no incomodar al oficialismo”, para dejarlos hablar, tal como deja explícitamente claro en un breve comunicado compartido públicamente tras su salida de Bolivisión. Más aun: Juan Pablo deja entrever que no había libertad para organizar una agenda, para ver a quién entrevistar y para hacer todas las preguntas de rigor. Las entrevistas son “pactadas” con las fuentes oficialistas, un pacto que contempla además hasta las preguntas hechas no por el periodista, sino por los asesores del entrevistado. Y ¡ay del periodista si no acata lo pactado! “¿Opositores o analistas independientes? Ni pensar o de vez en cuando, para salvar las formas”, abunda Guzmán en su comunicado.

Debo decir que no es la primera vez que escucho lo dicho por Juan Pablo. He escuchado ya varios testimonios similares de colegas que trabajan en éste y otros medios de prensa. Pero pocos de esos testimonios llegan a ser públicos, como lo ha hecho Guzmán, y esto sí tiene un valor extraordinario. Pesa más porque nos permite decirle a la gente que los peligros que acechan a la libertad de expresión, y no apenas a la de prensa, son reales, no son cuentos chinos. Antes fueron Raúl Peñaranda, Amalia Pando, Andrés Gómez, Carlos Valverde, John Arandia, hasta el propio Enrique Salazar (que hoy está en el canal estatal). Hoy es Juan Pablo Guzmán. Y no, no es un problema de periodistas. Por cada una de esas voces censuradas (pero que sobreviven a pesar de todo y por méritos propios), hay una pérdida enorme de un bien aparentemente intangible que afecta a todos y que debiera medirse en los espacios de libre circulación e intercambio de información y de ideas.

En lo único que no coincido con Juan Pablo es que es un problema de malacostumbrados (las fuentes oficiales) y de medios dóciles (los que ceden ante los primeros). Creo que estamos ante una agresiva estrategia oficialista, sí, pero de peligroso contagio en otros segmentos de la sociedad, que apuesta al control de la información, a ahogar no solo toda voz sino todo pensamiento crítico y a paralizar toda manifestación ciudadana que pretenda exigirles que rindan cuenta de lo que hacen y cómo gastan el dinero público. Un propósito visto en la cúpula gubernamental y también en otros niveles de gobierno, y al que se adhieren además no pocos sectores de poder económico.

Añado al poder económico en estas reflexiones, porque las presiones que hay sobre los periodistas y sobre los medios de comunicación no llegan apenas desde el poder político. También llegan desde el poder económico. Basta hacer un ligero repaso de los escándalos de corrupción que han ganado titulares de portadas en los últimos meses para comprobar que es así. El peligro mayor es cuando los intereses de las cúpulas políticas y económicas se encuentran y sintonizan. Ya lo dice Juan Pablo: “En cualquier época el buen periodismo siempre incomodará al poder”. Así que no queda otra opción que hacer de la defensa de la libertad de prensa una batalla de cada día.

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