8 de abril de 2022, 4:00 AM
8 de abril de 2022, 4:00 AM


Recientemente, a invitación de la Academia Daniel, participé como panelista en un interesante e importante conversatorio sobre “Reforma de la justica, desde la cosmovisión bíblica”.

Durante el conversatorio se hizo énfasis a la corrupción en la justicia como uno de los problemas más serios de gobernabilidad en América Latina, en especial en la interferencia en la independencia e imparcialidad judicial, tanto respecto de los poderes públicos del Estado como en relación con cualquier grupo o persona.

Cuando los países llegan a esos altos y generalizados niveles de corrupción, lastimosamente es en complicidad con el factor social, derivando a que lo jurídico sea tan solo apariencia o simple apantallamiento pues en realidad lo que más pesa y es más efectivo es la corrupción, vulgarmente conocidos como los amarres o arreglos económicos con los factores políticos judiciales sumado en algunos casos, a la propaganda mediática como distracción, entretenimiento, tergiversación o manipulación al pueblo, convirtiéndose los procesos judiciales en reality shows (nacionales e internacionales) para simular que se estaría luchando efectivamente contra la corrupción.

Desde tiempos inmemorables se vienen repitiendo la misma fórmula de siempre: “reformas”; sin embargo, toda reforma es simple fachada, mucha reforma formal poco real. Existe un exagerado énfasis en situar las reformas institucionales como la solución al problema de la corrupción. Si bien las cuestiones relacionadas con la distribución del poder político y los pesos y contrapesos son de vital importancia, pero no debemos olvidar que las prácticas sociales o normas culturales constituyen un factor clave, aunque marginado en el discurso y análisis sobre la independencia judicial. Lo institucional no es suficiente sin un cambio de cultura política.

La corrupción provoca una degeneración cultural, es decir es un tema cultural degenerativo. La contaminación social con la corrupción es enorme porque mucha gente las comete porque “todo el mundo lo hace” habiendo sido la corrupción internalizada en la sociedad, por ende, es menester cambiar aquel chip mental social.

Ahora bien, tampoco creamos que, por ser un país religioso, este será menos corruptos. Los datos demuestran lo contrario (Ej.: en casi todos los países de América Latina, las personas que profesan alguna fe religiosa superan en algunos casos el 90% de la población respectiva; sin embargo, la situación de corrupción se encuentra generalizada); por lo tanto, no es cuestión de religión, sistema de gobierno o país pobre o país rico, es un tema de valores y principios enraizados y cultivado en las personas.

Es así que el desafío es enorme, pues para salir de la constante crisis judicial es principalmente con un cambio cultural, una verdadera revolución cultural cimentada en principios y valores éticos morales.

Pepys Internacional, en su informe “Justice System”, establece que “las reformas deben focalizarse en la ética personal y la actitud de la sociedad hacia la conducta ética. Tiene que haber una creencia compartida en la sociedad de que la ética importa”.

En el ámbito de las religiones, si bien es destacable sus contribuciones humanitarias, pero a ello, es necesario una mayor participación rumbo a un cambio cultural, y allí, los retos son considerables y amerita que las iglesias, a través de sus líderes, instituciones y miembros, puedan ser parte más fundamental de la solución, donde los líderes y creyentes puedan demandar integridad (exigir justicia y buena gobernabilidad) pero a su vez, también puedan demostrar integridad, proyectando valores y conductas ejemplares en la ética y moralidad pública de los creyentes, cada uno en su campo de acción donde se encuentre o le toque estar, sin caer en radicalismo religioso ni corporativismo fanático religioso.

Teniendo en cuenta que debajo del sol no hay nada nuevo, tan solo sofisticación, desde una perspectiva bíblica podríamos decir que a nivel mundial vamos rumbo a los tiempos de Miqueas, esto es, cada vez se profundiza más el detestable autoritarismo y tiranía, así como en aquella época (de Miqueas), donde la corrupción estaba arraigada en todos los sectores de la sociedad, a tal punto que nadie podía confiar en nadie, habiéndose destruido la confianza social (Miqueas 7: 5).

Sin embargo, el valiente Miqueas no fue apático a todo ello pues se preocupó por la decadencia moral generalizada y decidió ocuparse del problema, confrontando a los líderes corruptos tanto políticos como religiosos de la época, por cuanto entendió que no había posibilidades de prosperar como nación a menos de que la sociedad cambiara sus prácticas corruptas y opresivas.

Así como Miqueas resulta propicio que las religiones deban despertar a la realidad, esto es: la existencia de una corrupción endémica y con consecuencias devastadoras.
Finalizo, parafraseando a Roberto Laver (ex abogado sénior del Banco Mundial), quien afirma: “La fe y la iglesia tiene el potencial de poder contribuir a una transformación de valores y normas personales y sociales. ¡Líderes y creyentes en general, es hora de despertar y actuar!”.

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