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7 de septiembre de 2024, 4:00 AM
7 de septiembre de 2024, 4:00 AM

Hernán Terrazas E.

Los dictadores son capaces de cualquier cosa, incluso de anticipar la fecha de Navidad por decreto. No importa que católicos, anglicanos, algunos protestantes y la mayoría de los ortodoxos celebren el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Si al dictador se le ocurre que debería ser el 1 de octubre, pues lo que usted diga su señoría y mandandirun dirun dan.

El pasado martes 3 de septiembre los venezolanos despertaron con la noticia de que Nicolás Maduro había decidido, en un momento de generosidad extrema y de gratitud por su fraudulenta victoria electoral, adelantar las fiestas de fin de año. Sorpresa la que se habrán llevado el buen Santa y Trueno, Relámpago, Juguetón, Cupido, Cometa, Brioso, Bailarín, Acróbata y, por supuesto, el reno más conocido, Rodolfo, quienes seguramente se vieron en figurillas para tener todo listo con dos meses de anticipación.

Y es que los dictadores son así. Lo que ellos dicen, se hace, aunque sea un disparate mayúsculo, como el que se le ocurrió a Maduro o a los que dispusieron que las manecillas del reloj de la Plaza Murillo en La Paz girasen a la izquierda y no a la derecha solo para que, desde entonces, nadie le diera ni la hora.

Pero no todo es inocente en la rutina de los autoritarios. También se les ocurre, por ejemplo, ordenar a la Corte Electoral primero y al Tribunal Supremo después, que ratifiquen en la mesa una victoria que no consiguieron en las urnas.  Y por si esto fuera poco, no les tiembla la mano al disponer la detención de quien fue el verdadero ganador y la persecución de todo aquel o aquella que expresara su desacuerdo con lo ocurrido.

En Bolivia pasan cosas parecidas. En febrero de 2016 la gente dijo no a la reelección, pero el dictador de turno decidió que ese resultado no valía y ordenó a sus abogados ajustar las cosas legales de modo tal que, llegado el momento, contra el viento y marea de la voluntad popular, pudiera poner su nombre una vez más en la boleta electoral.

La cosa es convertir un capricho en Ley. No le gusta la cara de su adversario, pues invente usted un juicio y ponga a ese fulano a buen recaudo. Le molesta que haya un medio de comunicación muy crítico, pues vaya y adquiera la mayoría de las acciones para tener el control de la línea editorial.

Y si la gente anda diciendo por ahí que usted escapó, sus asesores se encargarán de inventar una historia de golpes, persecuciones y exilios que servirán para acomodar la realidad a sus deseos.

Es grave, muy grave que un candidato se proclame ganador de una elección luego de haberla perdido y que instruya a todas las “instituciones” bendecir un fraude descomunal e internacionalmente censurado, pero más grave aun es figurar entre los muy pocos países y presidentes del mundo que aplaudan ese abuso.

Lo que habría que preguntar ahora es si, como una demostración más de respaldo al hermano, al compañero, al camarada Nicolás Maduro, en Bolivia se decrete también que Jesús sea sietemesino y que Santa, consciente de las emergencias y los apuros políticos, adelante su viaje. Total, cuando la democracia desaparece, la Navidad puede llegar en octubre a Caracas.

 

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