27 de mayo de 2022, 4:00 AM
27 de mayo de 2022, 4:00 AM


Las primeras páginas de la novela Némesis, de Philip Roth, muestran su natal Newark en un tórrido verano de 1944 y las cotidianidades del mundo judío estadounidense de la época. En ese entorno, aparece el protagonista, un joven profesor de educación física, Eugene ‘Bucky’ Cantor, que muy a su pesar, es de los pocos muchachos de su generación que no pudo alistarse al ejército por deficiencias en la visión. Más allá de que Cantor ha quedado huérfano de madre y tiene un padre preso, la vida con sus abuelos es idílica y placentera. Tiene una virtuosa y bella novia, un suegro médico que lo quiere como a un hijo y un futuro profesional promisorio que hace pensar que estamos frente a un cuento de hadas, donde nada trágico pasará y todos serán felices. Sin embargo, la historia del barrio judío de Weequahic, de la ciudad de Newark en el estado de New Jersey, cambia drásticamente cuando es invadida por una epidemia de poliomielitis que destroza la burbuja de inocencia e ingenuidad en la que parecía que todo iba a transcurrir.

El lector no puede negar el paralelismo entre la epidemia de la polio en Newark y el holocausto que se estaba viviendo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Los casos sueltos preocupaban, pero se veían lejanos y ajenos. A nadie se le pasaba por la cabeza que, de la nada, aparezca una espantosa peste que cause estragos y amenace con dejar a los inocentes niños de esta ciudad mutilados, paralizados o minusválidos, llegando incluso a matarlos. Igualmente, era inimaginable la puesta en marcha del proyecto de segregación y exterminio nazi.

Roth nos ofrece un retrato fiel de las emociones -el miedo, la cólera, el desconcierto, el sufrimiento y el dolor- que afloraron a raíz de una epidemia. Dadas las circunstancias que hemos vivido estos dos últimos años es imposible no percibir una equivalencia con la epidemia de covid-19, aunque las primeras víctimas de esta, en lugar de niños, fueron ancianos.

La realidad, para muchas familias en el planeta, y en Bolivia en particular, supera con creces este relato de ficción porque el virus no solo les arrebató a sus seres queridos, sino que trastocó para siempre sus vidas. Menguada la crisis sanitaria, una segunda arremetida viene dada por la pérdida de empleo, las quiebras y el descalabro económico de algunos sectores.

En la desgarradora novela del escritor estadounidense se intenta explorar en el tipo de decisiones que determinan fatalmente una vida, en cómo el individuo resiste la arremetida de las circunstancias y hasta qué punto somos impotentes frente a condiciones externas que no tenemos control.

El escenario para muchos bolivianos es aún más doloroso y angustiante que esta historia de ficción porque las señales para ayudarnos a vislumbrar una salida de la crisis, que se perciben de quienes conducen el país, son confusas e incoherentes.

Como en otras grandes obras literarias, centradas en epidemias o tragedias planetarias (La peste de Albert Camus, por ejemplo), siempre hay un mal mayor, más allá de la epidemia en sí. A diferencia de la vacuna contra la polio que descubrió Jonas Salk, casi una década después de la historia de Philip Roth y que acabó con esa peste; o de las vacunas que se están usando para protegernos del covid-19; frente a la calamidad de la némesis masista -que viene devastando el país en los últimos quince años-, parece que no hay remedio ni vacuna.

Tags