5 de diciembre de 2021, 5:00 AM
5 de diciembre de 2021, 5:00 AM

Es reveladora la afirmación de los epistemólogos. Ellos indican con nitidez que “en las arquitecturas del pensar” siempre hay redes lanzadas a la insondable realidad. Es decir: lo que llamamos “realidad” dependerá, en todo momento, del tipo de red que lanzamos para atraparla. Esta verdad se expresa a diario: “depende con qué ojos la ves”. Desde el punto de vista criminal, por ejemplo, la actual sociedad boliviana se parece al cementerio con altas y profundas galerías con numerosos nichos. En cada nicho anida la corrupción. Donde pongamos el ojo, donde asentemos el dedo, ¿acaso brinca la honestidad?

Esta imagen de cementerio fue usada por un brillante investigador cochabambino cuando intentaba explicarme la alcaldía de aquél entonces. Quiso ser breve, pero contundente: “La alcaldía se parece al cementerio municipal: cada oficina es un nicho, también cada instancia. Cada nicho es corrupción”. Del café de mi cuento al pan de cada día por estos tiempos: la sociedad boliviana en conjunto se caracteriza por albergar miles de nichos de corrupción. ¿Alguien podría decirnos lo contrario?

Sin trivializar el tema, pero tampoco exigiendo el rigor sesudo del pensamiento sistemático, ¿dónde pondríamos el ojo, dónde pondríamos el dedo? Cualquier institución, cualquier instancia: ministerios, alcaldías, gobernaciones, universidades, empresas, justicia, deportes, salud. Más aún: las familias. ¿Acaso los hijos son tan tontos que no saben lo qué hacen sus padres? ¿Acaso los padres ignoran cómo progresan tan rápido sus hijos? Para atrapar esta realidad, muchos no lanzan la red, sino el manto que lo cubre todo.

Nuestra sociedad ha terminado haciéndose hipócrita. Todo lo espera del juez, ese ciudadano que percibe un sueldo humilde. Esta sociedad que vivimos no ejercita censura. Almuerza con narcotraficantes, con ladrones, baila con coimeros, con estafadores, envidia el dinero malhabido. Pasada la jarana abre el periódico con la esperanza de leer que el sujeto, anfitrión de su alegría vespertina, ya haya sido aprehendido por delincuente. Pero como es muy difícil que eso suceda, la vida sigue igual. Sin tumbos, sin vuelque de panqueque que cambie la historia. ¿Qué hicieron los mejores países del mundo para erradicar la corrupción?

Los partidos políticos son mantos gruesos que cubren la corrupción. Los corruptos se refugian en su seno y se carnetizan pronto. Si aguzamos la vista, y ya no desde arriba sino desde abajo, se advierte que estas tristes organizaciones barren para adentro. Dirigentes de base contaminados de corrupción menuda. El error sigue siendo de la sociedad que los elige, que se deja manipular. Cuando se funda un partido nuevo, no se funda ninguna esperanza. A priori, ya estamos, más que vencidos, desmoralizados. Nos sabemos rehenes de la corrupción, de los corruptos en las ciudades, en los departamentos y en el país todo. Vertical y horizontalmente. No hallamos la solución y no tenemos fuerza para sacudirnos de esta lacra. Nos roba la dignidad, nos incendia el país, se lleva a nuestros hijos por el mal camino, hasta perderlos para siempre. La rueda gira con mayor velocidad en estos tiempos de desvanecimiento. Mucho de culpa tiene el constante abandono de principios y valores a cambio de nada. ¿A quién le echamos la culpa?

Alguna vez sostuve que la familia es el sostén de la sociedad. Que una familia unida es un gran escudo contra la corrupción y un gran puntal para construir la sociedad. Alguien, a quien siempre admiré sinceramente, me dijo que estaba “moralizando”. Otro, a quien siempre quise de manera fraternal, ocultó su sonrisa burlona. Un tercero, ya más lejano, ha debido pensarme pechugón, influenciado por sermón de púlpito. Bueno, callé la boca pensando si, ya que no lo mío, entonces necesitamos más leyes, más policías, más represión contra la delincuencia. Pero todos sabemos que no es la solución. Ese camino solo conduce a cárceles llenas. Con el tiempo transcurrido insisto en aliarnos con las familias. Familias organizadas en torno a principios y valores, y escuela firme en torno a los mismos valores y principios. ¿Cuáles son ellos? Pues, los de siempre. La realidad social se mueve, pero no tanto. Lo mismo que pensaron en la Mesopotamia, en las islas griegas, en suelo romano, en los Andes, valles y Amazonia sigue en pie: valores y principios. Dignidad. El discurso político positivo hallaría un formidable aliado en la familia, primero, y luego en la escuela. No sirve echarle la culpa al maestro si el hogar no funciona. Tampoco importa tanto si es un hogar con solo la madre o solo el padre. Importa que sea familia.

 Gonzalo Lema es Escritor

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