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Nosotros y los otros en el coronavirus

16 de abril de 2020, 3:00 AM
16 de abril de 2020, 3:00 AM


Cuando atravesamos por situaciones sociales altamente conflictivas y críticas estamos habituados a reaccionar desde la división “nosotros” y “los otros”. El otro es aquel que constituye una amenaza, el causante de nuestro infortunio, el objeto hacia el cual se dirige nuestra lucha. El campo de batalla es entonces bastante claro. En la historia política de las naciones los enemigos externos son aquellos que amenazan las fronteras y con los cuales se libran grandes guerras, hacia adentro son los dictadores o gobiernos tiranos a quienes se busca defenestrar; también se producen divisiones y confrontaciones entre grupos religiosos, entre fundamentalistas y laicos, o entre posiciones ideológicas contrapuestas e irrenunciables, la lucha de clases, la presencia del imperio como el enemigo de los pueblos dominados, en fin; la lista es interminable pero en todos los casos, el enemigo es identificable y nos posiciona en uno u otro lado del campo de conflicto.

La pandemia y sus consecuencias, que silenciosa y rápidamente han invadido todos los espacios públicos y los intersticios de nuestra vida privada, nos ponen en una situación de indefensión social y psicológica, de inseguridad y de peligro de muerte pero que no encarnan en un enemigo visible. ¿A quién vamos a derrotar? ¿Contra quién nos tenemos que armar? Más allá de especulaciones sobre la posibilidad de una gran conspiración creada deliberadamente por ciertos poderes fácticos del planeta para potenciarse o buscar un reordenamiento mundial, no hay posibilidad alguna de crear un ejército y salir a las calles para convocar a una rebelión. Esto nos obliga a vernos como parte de una totalidad donde todos estamos expuestos de igual manera, aunque no en las mismas condiciones.

Sin embargo, la tragedia se ha politizado rápidamente y se ha puesto rostro al enemigo. En unos casos se han exacerbado los nacionalismos cerrando las fronteras y señalando con el dedo a los migrantes como lo hizo Trump en el primer momento del contagio; en otros, mediante la discriminación a los propios enfermos impidiendo el ingreso a hospitales o a sus propios barrios; mientras en el ámbito público se está propiciando una división política en contra y a favor de los gobiernos encargados de tomar medidas de prevención y control de la epidemia así como sobre las secuelas económicas del aislamiento. Si bien estos ataques políticos aún no están abiertamente declarados, pues todos por ahora muestran su faceta amable y expresan la voluntad de crear consensos, con seguridad estallarán en manos de los responsables en cuanto se produzca la primera oportunidad.

Afortunadamente, en la otra orilla están los imaginarios comunitarios de cooperación y solidaridad social instalados en el tejido social que han sido reanimados al calor de la crisis y contrapesan con las tendencias antes señaladas abriendo un horizonte de esperanza desde los micro espacios sociales. A pesar del denominado “distanciamiento social” que ha generado un quiebre en el ethos social, éste se relativiza con las expresiones de sensibilidad y con la conectividad digital. La apuesta durante y después de esta experiencia planetaria es no regresar a las entrañas del individualismo y la división conveniente a los intereses impuestos por un sistema económico y social cada vez más perverso y desigual que sangra ahora por el lugar menos esperado: el que no distingue para atacar, y que ha removido los viejos esquemas convocando a una única salida posible, que es mirar al otro como aliado.

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