17 de mayo de 2022, 4:00 AM
17 de mayo de 2022, 4:00 AM


En tiempos de confusión hace bien tener presente referentes humanos que han superado la coyuntura y tienen una huella qué compartir. Este es el caso de ambas y corresponden a dos momentos y espacios de un continuum de la Ciudad de los Anillos y la democracia boliviana, con vasos comunicantes que se entrecruzan ofreciendo resultados.

Los finales de la provocadora década de los 70, el Movimiento Cultural Jenecherú y La Tapera, es el tiempo de Patricia, unido a la Universidad de Campinas y la complicidad construida durante la recuperación democrática; el oficio era cantar en las plazas y los pueblos, escribir poesía, soñar con calles libres y recibir la libertad que vino después.

Maggy, siempre libreta en mano, llegando de la Universidad de Rio Grande do Sul, se expresaba en preguntas, curiosidades, dudas; se incorporó al Grupo Cabildo en la segunda mitad de los 80 y ayudó a inventar literatura, publicaciones y construyó un instrumento para el pensamiento del pueblo para expresarse en Apuntes, “Portavoz de la sospecha generalizada”.

Digan los que saben y vivieron, qué y cómo fueron esos años de ingenuidad comprometida, irónica y soberanamente bien dicha, convivida junto con fachos, mojigatas y opas solemnes. En ese tiempo se juntaron por la publicación del primer poemario de Patricia, A través del cuerpo, que Maggy alentó desde Cabildo.

Con ambas, les dimos nombres a nuestros hijos junto a un compromiso para que vivan en una sociedad más universal y tolerante que la nuestra.

Siguió la vida de ambas y la comparsa de sus circunstancias, periodismo escrito, columnas, entrevistas, análisis, radio, televisión, innovación, calle, registro visual, militancia democrática, creatividad, y las vemos en un salto grande hasta la plazuela Calleja desde hace 10 años. Patricia empujó los encuentros de poesía, música y pintura en el Corazón poético de América del Sur. Maggy acompañó la actividad en el barrio de su niñez, sumando la presencia afable de Don Ignacio y Doña Carmen. Y en el marco de la Plazuela, celebró los 100 números del Semanario 1, que dirige.

Ambas comunicadoras, periodistas, una guionista, la otra investigadora. Ambas mujeres que ejercen la maternidad a plenitud. Ambas, reflexivas, comprometidas y resilientes después de vencer zarpazos descomedidos y desproporcionados. Las dos son testigos, militantes y actoras de su tiempo, y entrañablemente respetadas y amadas. Me pregunto, siendo caminante con ambas de parte de sus caminos, cuánta relación personal existe entre ellas. No lo sé y tampoco es relevante cuando comprobamos cómo las dos ayudan a construir sonrientes nuestros días y ambas han sido reconocidas por lo que hacen, labrado sin favores, a pulmón, con entereza, talante, dignidad y simpatía. De lo único que se las puede acusar, es que aman la vida y están enamoradas de su tierra y del futuro.

Y “para que el olvido no nos venza”, como dice el poeta Santiago Molina, es bueno recordar parte de la aventura cultural que ellas han acompañado y ayudado a retratar para que podamos ejercer nuestra ciudadanía.

Desde finales de los 70 la recuperación democrática bullía en la sangre. Hubo quienes elegimos el camino de la cultura para consolidarla, desde la Casa de la Cultura, la Alianza Francesa y el respaldo de Marcelo Arauz y Aida McKenney, el Ateneo Cultural Alfredo Flores con jóvenes que publicaron Piedra Libre, una hoja con poesía y relatos cortos. Jorge Suárez fue augural, y una generación de cultores de la palabra se congregaron en el Taller del Cuento Nuevo. De ahí salieron los nombres consagrados que hoy leemos.

Y desde la sólida y tenaz Cooperativa Cruceña de Cultura se fueron multiplicando el Movimiento Cultural Jenecherú, en el inicio de los 80, que convirtió la rebeldía por la democracia en canciones, recitales y poesía, esta vez en la plaza 24 de Septiembre y en La Tapera, lugar que se convirtió en referencia nacional de los afectos. El Grupo Cabildo, las publicaciones de la Revista Reflejos, Apuntes, la Unión de Grupos Culturales que tomó los centros culturales de barrios y comunidades, sembrando creatividad y alegría.

No resulta raro, entonces, que el espíritu social acumulado haya unido la historia y parido natural e inteligentemente a APAC y los Festivales chiquitanos de Música Barroca y nazca después en su expresión urbana la entrañable plazuela Calleja, Corazón de América del Sur, para sorprendernos convocando a través de las nuevas tecnologías.

Escuché decir al poeta brasileño Gilberto de Palma que las sociedades tienen en sus poetas la última línea de fortaleza espiritual y ellos aparecen en el momento oportuno. Es verdad y Patricia y Maggy lo certifican con sus testimonios.

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