Opinión

Portachuelo, 250 años

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5 de diciembre de 2020, 16:07 PM
5 de diciembre de 2020, 16:07 PM

Por: Marcelo Escalante Mendoza

Este 08 de diciembre se cumplen 250 años desde que la vice-parroquia de la Purísima Concepción de María Señora Nuestra fue erigida en Portachuelo. Según consta en el Acta de Fundación, custodiada en el Archivo Parroquial, la parroquia y el pueblo fueron fundados en 1770, en el periodo en el que el poderío colonial se encontraba en pleno apogeo, aunque consciente de las crecientes amenazas. La historia de este pueblo, uno de los más antiguos del Norte Integrado Cruceño, puede enseñarnos mucho acerca del pasado y presente de la sociedad y cultura cruceña.

La narración de la historia de Bolivia no siempre ha sido justa en su recuento. En gran medida, su atención se centró en el occidente de nuestra geografía. La majestuosidad de las culturas ancestrales andinas y el eje de poder construido alrededor de los centros mineros, principalmente la plata de Potosí, acapararon casi con egoísmo la narración histórica. Si bien existieron y existen excepciones notables (René Moreno, Alcides Pareja, Carlos Cirbián, Paula Peña…), todavía tenemos una cuenta pendiente con esta parte de nuestra historia nacional.

La historia del Oriente de nuestro país goza de una identidad muy particular. En efecto, geográficamente alejada del Eje de La Plata, esta región se desarrolló con una dinámica distinta. Aquí, el trabajo pastoral de la Iglesia y las épicas aventuras de los conquistadores fueron, en gran medida, determinantes en la construcción de su identidad. Principalmente, los jesuitas jugaron un rol importantísimo por medio de sus reducciones, en las que concentraban a varios pueblos con el objetivo de civilizar y evangelizar.

Las reducciones jesuíticas tuvieron un éxito inusitado. La combinación del afán de auténtica evangelización, la buena disposición y el carácter pacifista de los pueblos indígenas que habitaban estas regiones (con alguna excepción), dieron como resultado el nacimiento de una cultura y civilización que es, hasta nuestros días, motivo de interés y admiración. 

En las misiones jesuitas, imprimir el carácter europeo no fue una prioridad, cuanto conjugar lo mejor de las culturas indígenas americanas con la europea. En nuestro territorio, las reducciones de Moxos (Bení) y Chiquitos (Santa Cruz) fueron una especie de bastiones a partir de los cuales se promovieron nuevas fundaciones y aventuras misioneras.

A finales del s. XVII los sacerdotes jesuitas fundaron la Misión de los Santos Desposorios de José y María, en Buenavista (1723) en relativa cercanía a lo que después será el puerto de Cuatro Ojos. A partir de este centro se promovieron nuevas fundaciones y reducciones, entre las más exitosas y representativas está la de Santa Rosa del Sara (1767). Esta nueva frontera de evangelización – y colonización – fue ganando robustez y representatividad en un tiempo en el que la repulsión indígena ante la dominación española comenzaba a sumar la simpatía y adhesión de los criollos, hijos de los españoles que habiendo nacido en el nuevo continente sufrían una cierta discriminación y exclusión. 

Ciertamente, esta situación debió llamar la atención y levantar la preocupación de la Corona, pues se presentaba como un buen caldo de cultivo para una posible insurrección.

La fundación de Portachuelo, la ciudad realenga

Existen varias razones que explican la fundación de Portachuelo. En primer lugar, la oportunidad del comercio que se iba diversificando y robusteciendo con la fundación de las misiones jesuitas en esta región que comenzaba a alimentar al Eje de la Plata (Sucre, Potosí y Oruro). Luego, la siempre presente amenaza de los portugueses asentados en la región amazónica que pretendían extender su territorio a costa de la Corona Española añadió una nueva preocupación al Rey Carlos III (1716-1788). También, aunque en menor medida, la búsqueda de una ilusión, la mítica ciudad de el Dorado. A estas situaciones hay que añadir una de no poca importancia.

En 1767 los jesuitas fueron expulsados del Reino de España y, lógicamente, de sus territorios en América. Esta lamentable decisión trajo varias consecuencias, principalmente en sus obras de evangelización en los territorios indígenas. Al no gozar ni con la guía, ni el apoyo de los religiosos, sus distintas reducciones y misiones vivieron confusión al tiempo que sufrían el acecho, rapiña y saqueo de bienes y personas. La situación no pudo ser indiferente a la realeza, pues en cierta medida se amenazaba la estabilidad de este territorio.

La problemática -que no era un asunto aislado en el Nuevo Continente- requirió una respuesta clara y decisiva. El Rey, aconsejado por notables, como el Obispo Juan Domingo González de la Reguera, decidió mandar la constitución de ciudades que fuesen baluartes de defensa y presencia de la Corona en la región. Así, por medio de cédula real aprobaba esas fundaciones, otorgando a las nuevas ciudades el carácter de realenga, es decir, mandada por orden real; lo que levantó el interés de propios y extraños.

Como reza el Acta de Fundación, Portachuelo fue fundado el 08 de diciembre de 1770. El signo representativo de aquel memorable día fue la erección de la viceparroquia (establecida en un templo improvisado con hojas de palma y madera brusca), que hasta el día de hoy conserva el nombre de Purísima Concepción de María, Señora Nuestra. A la fundación llegó el párroco de Buenavista, el p. Mariano Andrade, quien arribó desde su misión con música, bailes y procesión; una verdadera fiesta.

Tomando en cuenta la preocupación de la Corona, quienes migraron a la nueva ciudad fueron familias selectas. En efecto, criollos y mestizos – ya presentes en la zona – comenzaban a ser considerados como una amenaza potencial, por lo que no se podía confiar en ellos. 

En esta nueva ciudad, que debía ser una especie de fortín español, se quiso robustecer la presencia de súbditos absolutamente fieles al Rey y a sus intereses. En este sentido, los únicos que daban cierta garantía de lealtad plena eran los españoles nacidos en la Madre Patria. Más todavía, para cuidar el crecimiento del mestizaje, se les permitió trasladarse con sus mujeres, un aspecto claramente distinto al de las aventuras colonizadoras que, en general, dieron origen a las nuevas ciudades.

El nombre de la nueva ciudad

Al momento no existe - y tal vez nunca se alcance – un acuerdo pleno acerca del por qué y significado del nombre del pueblo. Por un lado están los más románticos, quienes piensan que es una palabra compuesta por las voces latinas porta y coelum, puerta y cielo, respectivamente, que le darían el significado de la puerta del cielo. 

Por otro lado, se encuentran quienes, más apegados a la filología, coinciden con el diccionario de la RAE que entiende el portachuelo como un boquete entre dos montes (bosques), descripción geográfica posible. Es útil recordar que otros pueblos y ciudades en América tienen el mismo nombre, por ejemplo en Colombia, Ecuador Perú... 

También, desde la lingüística, existe la posibilidad de que el nombre haya estado presente antes de la llegada de los españoles, en lengua chané podría significar lugar de los grandes ríos. Por su parte, quienes son menos afectos al pueblo, afirman que el nominativo portachuelo denota un modo despectivo para referirse a un puerto pequeño, algo así como puerto insignificante.

En conclusión, no existe seguridad absoluta sobre el significado u origen de su nombre. Sin embargo, sugiero quedarse con la primera acepción, la que llena de orgullo a sus habitantes, quienes afirman vivir en la puerta del cielo.

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