¿Qué significa ser rebelde? A propósito del natalicio de Albert Camus
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Gelo Wayar
En noviembre de 1913 nace, en Dréan, Argelia, el filósofo del absurdo: Albert Camus. La importancia de su pensamiento no es menor, pues pretende dar una explicación a la “pregunta fundamental de la filosofía”: si la vida vale la pena que se la viva. Empero, también contribuyo de manera significativa a criticar un aspecto propio de la izquierda del siglo XX: La Rebeldía. En el presente texto, expondremos, para mi, sus aportes esenciales. Aportes que en la situación actual de Latinoamérica son más que necesarios.
Durante mucho tiempo, la izquierda (con sus variantes) se auto-percibió como un movimiento, principalmente, ético-reaccionario contra el poder de las élites económicas y políticas, donde la rebeldía o el “ser” rebelde se constituía no solo en una condición ontológica de la izquierda, sino también, en el estandarte y orgullo moral de todo el movimiento; pretendían colocar a ese ser, declarado como rebelde del status quo, en un peldaño ético superior del alineado individuo capitalista.
Sin embargo, cuando uno realiza un análisis filosófico coherente de lo que es la rebeldía y de lo que significa en la práctica el “ser” rebelde, uno puede evidenciar ciertas contradicciones metafísicas y ontológicas que dejan en evidencia a la izquierda y, me atrevo a afirmar, anula uno de sus postulados esenciales: la revolución.
Para el filósofo del absurdo, el hombre rebelde es el hombre que dice que no[1]; el hombre que reconoce y toma conciencia de una situación que, en ese momento, ya no la puede soportar y, por lo tanto, pone un līmite.
Recordemos que para Camus, el absurdo nace del intento de encontrar respuestas a ciertos aspectos de la vida que no tienen mayor sentido; el absurdo es la eterna dicotomía entre: (i) el constante bombardeo de preguntas del individuo, sobre la racionalidad y/o sentido de la existencia y sus derivados y (ii) la no respuesta de una realidad que guarda un frío silencio (a esto Camus denomina como el “silencio metafísico”). La consecuencia lógica de seguir buscando respuestas ante ese silencio del universo, constituye el quiebre del individuo (este cae en el absurdo) y su consecuencia es el suicidio intelectual primero, para luego, caer en el suicidio el material (la pérdida voluntaria de la vida). Es decir, ante la inexistencia de respuestas sobre la vida, la existencia y sus aspectos ontológicos, esta (la vida) pierde todo sentido y se cae en las profundidad del nihilismo, donde nada puede ser bueno o malo y donde todo puede ser bueno y malo, al mismo tiempo.
Entonces, si nada tiene sentido y todo está permitido, el hombre es el constructor de su propio sentido de vida; el hombre legisla para el mismo, dice Sartre en “El existencialismo es un humanismo”. En consecuencia, el hombre regula lo que está bien y mal, partiendo de una supuesta libertad metafísica que, a priori, e incentivada por el silencio ante las preguntas existenciales, no determina que es bueno y malo. Absurdo, responde Camus.
Para el filósofo del absurdo, la consecuencia de caer en el absurdo es caer en el crimen. Explicamos, caer en el absurdo, es caer en esa desesperación de la búsqueda eterna y sin respuestas de las preguntas sobre nuestra existencia y sentido de vida. Sentido de vida que anhelamos sea trascendental a nosotros como individuos. Entonces, si caemos en el absurdo, el suicidio es la respuesta lógica. Claro, la muerte termina con ese vacío existencial que provoca el absurdo. Por lo tanto, la vida deja de tener valor, donde la muerte es más soportable y valiosa.
La cuestión no es menor, pues si la vida no tiene valor en el absurdo y siendo el crimen la consecuencia lógica del suicidio, pues la muerte de otros seres humanos es válida, ética y hasta necesaria en los casos donde el hombre que se legisla así mismo sin mayor meta-valor que la nada. Pues, este meta-valor sobre el cual se determinará el valor de la vida de los individuos lo establece la ideología, la religión, o el dogma que se adopte como autoregulación.
La solución a tan descabellada conclusión, para Camus, es la rebeldía. Sucede que si uno se rebela al absurdo; si uno se rebela al silencio metafísico de las preguntas existenciales, uno dice no al suicidio, pues la consecuencia lógica de esa rebelión al absurdo es la valoración de la vida propia. Entendamos que al rebelarnos, nosotros estamos reconociendo que la vida no tiene mayor sentido y le decimos que no a la creación que no nos responde y nos rebelamos a la existencia, tomando, en consecuencia, el control de nuestra vida individual. La rebeldía trae consigo un acto individual de reconocimiento de valor sobre nuestra existencia. Existimos, consideramos que nuestra existencia tiene valor para nosotros, por lo tanto le decimos no al suicido y buscamos nuestro sentido de vida desde el meta-valor de estar vivos.
Esto es lapidario para el rebelde de izquierda, quien afirma y entiende que que la vida de todo aquel que se opone al partido, a la voluntad de la mayoría, a la tribu, a la raza, a la nación, a la revolución, no puede tener mayor valor que estos. Pues, entiéndase, nada tiene sentido, por lo tanto ellos le dan un sentido y su atrevimiento es mayor, pues pretenden que ese sentido sea trascendental a nosotros y nos regule en consecuencia la vida y nuestra existencia. No entienden que incurren en una contradicción metafísica que anula toda posible ética y coherencia en sus enunciados.
Entendamos que al rebelarnos en un principio a ese silencio metafísico, a ese instrumento, objeto, sistema que nos oprime, estamos reconociendo el valor de nuestra vida y, en consecuencia, afirmamos tácitamente que la vida de los demás tiene igual valor. Por lo tanto, afirmamos que debe existir una solidaridad entre todos los seres humanos, solidaridad que parte del reconocimiento del valor inherente de la vida humana y la libertad que necesita este ser humano para poder desarrollar su vida.
Finalmente, dejando en evidencia la contradicción de la izquierda en su moral rebelde, más allá de que, hoy en día, la izquierda es el status quo, Camus deja en evidencia la mala fe que tiene la izquierda en ese su afán de defensor rebelde del menos favorecido. No son ni rebeldes coherentes, ni defienden al menos favorecido. La izquierda ha demostrado una construcción maquiavélica que solo busca poder y riqueza material para sus líderes, usando a los menos favorecidos como carne de cañon y olvidándose de ellos cuando así les conviene.