Opinión

Rebuznan, señal de que avanzamos

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2 de septiembre de 2020, 5:00 AM
2 de septiembre de 2020, 5:00 AM

Nuevamente, y otra vez gratuitamente desde Tarija, la canalla nos sorprende con un delirante artículo en el que califica la actividad agropecuaria cruceña de parásita de la economía nacional, citando cifras y estadísticas sacadas de la manga de los vagos mal entretenidos y prestidigitadores dizque ambientalistas que jamás protegieron a una abeja ni produjeron un solo grano de maíz. 

El brulote que nos ocupa es una pieza maestra de la ignorancia, de la envidia y el resentimiento; dice que el sector agroindustrial cruceño es poco rentable y es causante de ecocidios, depredación ambiental, pérdida de biodiversidad, desplazamiento de otras actividades agropecuarias y afectación a pueblos indígenas. 

Desde hace tiempo vienen cargando y atentando febrilmente contra las actividades agrícolas que se desarrollan especialmente en Santa Cruz. Nunca se manifestaron contra la actividad predatoria y de monocultivo de la hoja de coca y su industrialización supercontaminante en una región altamente frágil ambientalmente como es Chapare. Nunca se manifestaron por la fuerte contaminación por hidrocarburos, ácidos y sustancias cáusticasque son usadas por la “agroindustria” de la muerte que ellos apoyan y vertidas a los cursos de agua. Ahí no hay “ecocidio”, no hablan del desplazamiento de los pueblos originarios yuracaré y yuqui, aniquilados por los colonos y por la actividad del narcotráfico.

Chapare es una voz yuracaré y significa madre o raíz de las aguas, y ellos son los verdaderos dueños de Chapare. Estos pueblos y culturas han sido degradados a situaciones infrahumanas y exterminados por la agroindustria del narcotráfico. 

Afirman que para cada hectárea de cultivo de soya se requieren 88 litros de diésel “subvencionado”, lo que es absolutamente un disparate, pero no dicen nada de los 284 litros de gasolina que se requieren por cada kilogramo de pasta base de cocaína elaborada en la “agroindustria” que ellos prefieren ocultar, además de otros hidrocarburos utilizados en el funcionamiento de los “laboratorios” de la agroindustria de la muerte. Billones de litros de agua de los ríos de Chapare son contaminados por los vertidos altamente tóxicos de la industria de la droga. No salen de la cultura de la melancolía y la minería, actividad que trajo riqueza solo para unos cuantos pero la toman como ejemplo.

Pero somos los agricultores cruceños los que tenemos el “agua gratis” para el riego y es la actividad agrícola legal, la que da trabajo, alimenta, la que da vida, la que depreda la fertilidad de los suelos sin “pagar regalías” y desplaza otros cultivos y pueblos. 

Les faltó decir que también la lluvia, la energía solar y el CO2 son aprovechados por la agroindustria cruceña sin “pagar regalías”; seguramente para el próximo ridículo incluirán estos ítems. Entre otras cosas, también detrás de estos ataques y de este tipo de conductas contra las actividades agrícolas cruceñas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo los intoxica y enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad en su conjunto: la envidia.

La Real Academia Española define la envidia como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”. Surge cuando se comparan con otras personas y concluyen que no tienen algo que nosotros disfrutamos, y ese algo es intangible, es el haber nacido libres, bien oxigenados y sin complejos. 

Es la envidia claramente manifestada en estos ataques, que los lleva a poner el foco en sus debilidades y carencias, las cuales se acentúan en la medida en que piensan en ellas. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de pronto sienten que son menos porque otros tienen más.

Bajo el éxtasis de la envidia son incapaces de alegrarse de los logros ajenos. De forma casi inevitable, esto actúa como un espejo donde suelen ver reflejadas sus propias frustraciones. 

Sin embargo, reconocer el complejo de inferioridad propio es tan doloroso, que necesitan canalizar su frustración juzgando a la gente que ha conseguido eso que envidian. Solo hace falta un poco de imaginación retorcida para encontrar motivos para criticar a alguien.

Aunque nadie hable de ello, en un plano social más profundo está mal visto en el espíritu alto peruano que a otros les vaya bien en las cosas que emprenden aun más ahora, en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de conciudadanos.

El cultivo de la soya pasó a ser estratégico en el mundo para paliar el hambre de la población y mejorar el nivel proteico y nutricional de niños y adultos, además de cumplir funciones nutracéuticas con beneficios para la salud. 

Por ello la Organización de Agricultura y Alimentación (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) le han conferido la calificación PDCAAS 1, valor máximo que puede alcanzar un alimento proteico. Bolivia (Santa Cruz) es el octavo productor de soya del mundo y gracias a su cultivo en Santa Cruz, el país puede contar en su dieta diaria con las proteínas (pollo, huevos, lácteos, carne de cerdo) más accesibles de Latinoamérica. 

Producir soya es una actividad que apoya la vida, salva del hambre a miles de millones de humanos, da fuentes de trabajo en el campo y en la industria, y es una forma de aprovechar recursos naturales renovables posibilitando sistemas agrícolas de siembra directa, rotación y sostenibilidad básica.

Sin embargo, hay mucho por hacer todavía y aún debemos trabajar en la implantación exitosa de los usos alternativos del suelo, en un cambio de paradigma entre los productores, gobiernos, compradores, inversionistas y entes reguladores.

Para promover prácticas más sustentables, el gobierno local necesitará del compromiso y del apoyo de los participantes involucrados en la producción de la soya y en su cadena de comercialización. La adopción de criterios para las prácticas de compra de insumos y suministro de soya y el establecimiento de lineamientos para los productores elaborados por representantes de todas las partes involucradas teniendo en cuenta a los pequeños productores, que son la mayoría (80%) y son el eslabón más frágil de la cadena.



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