8 de enero de 2022, 4:00 AM
8 de enero de 2022, 4:00 AM

En estos tiempos aciagos de pertinaz pandemia, surgieron, para mal de la humanidad, ingente cantidad de opiniones que trivializan o peor rebaten en sus columnas y declaraciones a la prensa, las investigaciones, pruebas y conclusiones de los científicos, intentando traslapar las determinaciones y recomendaciones de aquéllos, como ser médicos especializados, virólogos y epidemiólogos. 

Los citados profesionales que ofrendan su vida por la ciencia, ostentan un sustrato de seriedad y, para emitir toda conclusión, superaron un escarpado camino de comprobaciones, no una sino innumerables.

Estas opiniones de personas diletantes asumen per se la calidad de irrespetuosas y no exentas de un lenguaje inapropiadamente despectivo. La ciencia es sin duda la actividad humana por excelencia que trasunta hacia la formulación sistemática de las posibilidades de repetición, real o hipotética, de determinados fenómenos que, para los fines perseguidos, como lo es la elaboración de una vacuna, se consideran idénticos.

Además los científicos se apoyan en la causación como una relación anterior y posterior de fenómenos que por su carácter les permite ser formulada como una ley científica. Por ello los científicos enumeran los factores que, en una asociación dada, se espera sean seguidos por un fenómeno determinado.

Los que niegan y hasta mofan de la jerarquía de las ciencias quedaran en el laberinto de la no representatividad cognoscitiva general de los objetos o de un objeto determinado (utilicé un eufemismo para no aplicar una acepción más precisa y grave pues todos merecen respeto). 

Las ciencias cumplen la disposición de una serie ordenada que tiene como fundamento la complejidad relativa de los datos y la precisión metodológica, o solo esta última.

En esta cruel pandemia y sus inesperadas y mortíferas variantes, las opiniones sin fundamento científico han causado el actual desequilibrio social y su polarización, además de la ostensible carencia de solidaridad pues confundir a la población para que no asigne prevalencia a su vida con una vacuna protectora es un sinsentido. Esta última opinión la emito solo por sentido común.


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