Opinión

Rulfo y Octavio Paz en Berlín

El Deber logo
21 de julio de 2017, 4:00 AM
21 de julio de 2017, 4:00 AM

Coleaba la Guerra Fría y muchos invitados al Festival berlinés Horizonte 82 se desmarcaron del evento, entre ellos los narradores del ‘boom’ latinoamericano. Allí conocí al escritor cachuelero Óscar Zambrano (+) y hallé a Juan Rulfo, reconocido ya como maestro de la fotografía. Una magna exposición de su obra fotográfica se exhibía en Berlín. La obra literaria de Rulfo, sin ser ignorada, pasó a un segundo plano. 

La estrella del festival Horizonte 82 fue Octavio Paz. Llegó a Berlín como Octavio (el hijo adoptivo de Julio César) y se marchó coronado como el César Augusto de la cultura latinoamericana. El trato que le dieron sus anfitriones alemanes fue propio de un emperador. El 31 de mayo de 1982 se realizó el acto de homenaje a Paz. La apoteosis culminó con el discurso del alcalde-gobernador de Berlín Occidental, Richard von Weizsäcker (+), que dos años después sería designado presidente de la RFA (1984-1994). Juan Rulfo estaba allí, sentado en primera fila. Cuando el alcalde afirmó que El laberinto de la soledad era el ensayo más profundo y brillante sobre México y los mexicanos, Rulfo se levantó y se retiró con paso firme por el corredor central de la platea. Yo estaba sentado en la última fila, me levanté y lo seguí. “¿Se encuentra bien?”, le pregunté. Rulfo descansaba en una mecedora al aire libre, en un jardincito a la entrada del teatro. “Aquí no conocen la cultura mexicana, ni conocen la trayectoria de Octavio… El laberinto de la soledad es el más grande saqueo a varios pensadores mexicanos, especialmente a Samuel Ramos… Paz no menciona ni una sola vez a Ramos… El pensamiento de Octavio es de segunda mano. Lea El perfil del hombre y la cultura en México (1951) de Samuel Ramos. ¡Léalo!”. Inmediatamente entró en una especie de letargo. Cuando volvió a este mundo, me preguntó: “¿Gunter Grass lo invitó a su casa?”. Le respondí que sí. “Pues, entonces, vamos juntos”. 

Después de los canapés y unos caldos generosos de la región, servidos en el amplio y cuidado jardín de su residencia berlinesa, Grass presentó a Darcy Ribeiro. Se hizo el silencio. El antropólogo brasileño tomó la palabra y no la soltó. Con estudiada y pomposa retórica intentaba convencernos de su contribución decisiva a la revolución en Latinoamérica. Grass, impertérrito, fumaba en pipa. Rulfo, Antonio Cisneros y yo escuchábamos atentamente a Darcy que seguía declamando su epopeya particular: “Yo fui asesor de Janio Quadros y Janio cayó; asesoré a Joâo Goulart y Goulart cayó; asesoré a Salvador Allende y Allende cayó; asesoré a Morales Bermúdez y Morales Bermúdez cayó…” De pronto, Rulfo lo interrumpió con voz tonante: “¡Darcy, ya no asesores más!”. A Darcy se lo tragó la tierra y, mucho tiempo después, nos enteramos –por la prensa– que Darcy había inaugurado el sambódromo de Río de Janeiro, el sueño de su vida. (Continuará). // Madrid, 21.07.2017. 

Tags