Opinión

Se apagó el mundo, pero ¡la humanidad venció!

6 de abril de 2020, 3:03 AM
6 de abril de 2020, 3:03 AM

Y de repente despertamos un día y todo cambió. Las calles y avenidas desoladas, los comercios vacíos, el transporte público paralizado, se baja el telón en los teatros y artistas que apagan sus voces. Todo parece ser gris… y solo pienso:
¡Se apagó el mundo!

Hemos roto el torbellino frenético de ilusiones y obligaciones. El mundo moderno nos envolvió con sus premisas de velocidad y éxito, una lucha por ir cada vez más alto. La obsesión con las obligaciones nos impedía alzar los ojos al cielo, mirar las estrellas, escuchar el canto de los pájaros, abrazar ese árbol que solo sabe regalarnos sombra y brisa en momentos que el sol nos abraza con toda su fuerza, o dejarnos mojar con aquella lluvia que limpia hasta lo más profundo del alma.

¡Se apagó el mundo! Nos quitaron los cálidos abrazos, los apretones de manos, los besos, nos quitaron la proximidad, los encuentros con la familia y las amistades.

La pausa, obligada, nos marca un antes y un después. Un antes que cuestiona la forma de sentir el mundo, cual alma enferma dominada por la incomprensión, soberbia, odio, resentimientos, egoísmos. Un ahora que nos impone un freno, una desaceleración. Una invitación, por qué no asumirlo así, para que despertemos a una nueva realidad, una nueva conciencia para que entendamos que no tenemos el control del planeta en el que vivimos, ni el poder sobre quienes lo habitan.

Respiremos lentamente y hagamos una pausa. ¡El mundo se apagó! Es tiempo de encontrarnos, de redescubrirnos a nosotros mismos en el marco de nuestro propio proyecto de vida que, ahora sí, debe asumir la responsabilidad con el entorno como un criterio primordial del crecimiento personal. 

Renazcamos a un nuevo vivir abriendo las ventanas de nuestra alma. ¡Volvamos a humanizarnos! 

En este tiempo de temor e incertidumbre, la solidaridad recuperó su esencia humana. ¡Nos ayudamos! El prójimo es, más que nunca, una extensión de mi propio yo, de mis necesidades, inquietudes y sueños. El prójimo requiere perdón y amor de la misma forma que nos debemos amar y perdonar a nosotros mismos. El prójimo no es más el otro, sino la prolongación solidaria de mi yo.

Nos toca tomar lápiz y papel para afrontar las preguntas que nos encaminen hacia el verdadero propósito en nuestras vidas. Es momento de volver a sentir, a comunicarnos y a relacionarnos. Tiempo para contemplar el renacimiento de las flores, el vuelo de los pájaros mientras el sol, brillante, asoma por nuestra ventana.

Aprendimos a detenernos y ahora toca reconocernos. Volver a escucharnos las voces y comer juntos en familia, de mirarnos a la cara alejándonos de todo aquello que nos provocaba ruido, o del tic tac del reloj que marcaba la hora para salir de nuevo a la carrera de la vida. Es momento vestirte con el traje de aquel personaje de cuento que, con sus relatos, entusiasma las noches de nuestros hijos; o en transformarse en aquel chef que tanto anhelaste ser, pero que por compromisos “mayores” no encontrabas espacios para sazonar tus sueños.

Tiempo de repartir obligaciones y asumir responsabilidades, porque todos somos parte de mantener la armonía en el hogar.
Aprendimos a dejar libre la imaginación y empezamos a escribir, a crear, a pintar un mundo mejor. Ahora abramos las ventanas del alma y despertemos al AMOR.
 


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