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Se venden topos, aretes, anillos e incrustaciones dentales de oro

Gonzalo Chávez/Economista

27 de junio de 2021, 8:50 AM
27 de junio de 2021, 8:50 AM

Fulgencio Mamani de la Rueda y Peña, Fulge para los cuates y gordis para su media naranja, constituyó una familia con dos hermosos hijos. A lo largo de buena parte de su vida vivió con lo justo. Una vida modesta, fronteriza con la pobreza, lo que los obligó a trabajar a todos. 

Un bello día de invierno, los ingresos y salarios del hogar tuvieron un incremento significativo. Corría presuroso el año 2006 y durante ocho años la pasaron bomba. Les llovió dinero. Comenzaron a gastar a manos llenas. Lujitos por aquí y por allá.
Compraron el terreno al lado de la casa después de haber pagado ésta al contado. Construyeron una coqueta cancha de fútbol con gradería incluidas en lote contiguo y levantaron una estatua de cuerpo entero en short deportivo, camisa pegada a los pectorales, pero una ligera panza que delataba que Fulge había entrado raudamente a la pocorancia de la vida. Compraron dos departamentos en los barrios más caros de las ciudades de La Paz y Santa Cruz. Por supuesto adquirieron un auto de lujo que solo lo sacaba a pasear los domingos en la mañana.

Fulgencio también fue generoso con la familia extendida y los amigos. Los llenó de regalos, bonos y otras transferencias. Fue pasante en cuatros sonados presteríos y organizó buris pantagruélicos en el oriente boliviano. Pero no todo fue gasto. También invirtió en una fábrica de tablas de surf, y bikinis wiphala. El gordis estaba seguro que Bolivia recuperaría el mar y, por lo tanto, sus productos se venderían como pan caliente.
Tanta fue la bonanza externa que llegó a ahorrar 150 mil dólares. 

La otra parte de su riqueza financiera venía de la valiosa herencia que le había dejado su abuela Carmincha, histórica pasante del Gran Poder, que en sus años mozos fue figura en la Morenada de los Siempre Bien Ponderados Jóvenes y Alegres de Alto Chijini. Doña Carmincha también era admirada por las valiosas joyas de oro que vestía en las fiestas y por tener una sonrisa que iluminaba callejones oscuros. Se rumoreaba que tenía medio kilo de oro en los fustes de los dientes. 

Al morir la abuela, un dentista amigo extrajo el metal precioso y con la ayuda de un mecánico dental recrearon la sonrisa de doña Carmincha en una prótesis de estuco y oro. Fulgencio guardó este tesoro familiar en el entretecho de la casa. Se cuenta que en las noches de verano, la dentadura soltaba carcajadas a ritmo de taquiraris. 

Allá por el año 2014, la desgracia financiera alcanzó a la familia Mamani de la Rueda y Peña. Bajaron los ingresos del negocio de Martita, la abnegada esposa. La escuela de modelaje, baile caporal y lectura veloz comenzó a perder vertiginosamente ingresos. A los dos muchachotes, que trabajaban en una empresa estatal, los echaron bajo sospecha de que salían con dos damas pro imperialistas. De la noche a la mañana bajaron en la escalera social y económica, pero no perdieron la pose. Puño izquierdo en alto, tierna mirada al horizonte revolucionario y pechito huminta.

Un día, Fulgencio reunió a la familia y les dijo que esta crisis económica que vivían era temporal y que todos deberían continuar con sus vidas holgadas. No pasaba naranjas. Les lanzó el grito de guerra de la familia: !Sereno moreno! !Jabón patria o muerte! Él sabía cómo sobrevivir en esta coyuntura difícil. Los siguientes seis años sacó, de las reservas financieras familiares, más de 100 mil dólares, para el gasto del día, la compra de las pilchas, que lo seguían haciendo ver como el new reach de barrio, y varias inversiones inútiles. Por ejemplo, estaba empeñado en exportar ispis y sapos enlatados del Titikaka. Por supuesto, la mayoría de las inversiones fracasaron y encima vino la pandemia.

Fulge siguió gastando los ahorros de la familia porque Martita cayó víctima del Covid-19 y tuvo que ser atendido en una clínica privada. 

No contento con el derroche de los ahorros de la familia comenzó a endeudarse primero con los vecinos y después con la suegra. Fulgencio negaba la realidad económica difícil todos los días. Y una madrugada sin sombra escuchó la carcajada de la abuela. Vio que el techo se iluminaba y concluyó que era tiempo de hacer rendir las joyas de oro de doña Carmincha. Pidió autorización a la familia y se inscribió a un curso en línea en finanzas internacionales dictado por la Universidad Central y Revolucionaria de Caracas. Junto a los hijos elaboraron la estrategia. 

Con los pocos ahorros que aún quedaban decidieron comprar dientes de oro de un oscuro dentista que trabaja en el mercado negro, pero también planificaron realizar operaciones financieras sofisticadas, como: swaps, futuros, opciones, con las joyas de la abuela. También proyectaron vender el tesoro familiar. Si bien la familia aceptó callada, algunos amigos reflexionaron a Fulge.

Hermano y compañero, ponte la mano al pecho. Las joyas de la abuelita son sagradas, son un piso básico de estabilidad. En ellas se basa la credibilidad de la familia. ¿Qué va a pensar la gente cuando comiences a ofrecer los topos de oro de Tipuani, los anillos y aretes de puro metal precioso y lo peor, las incrustaciones de la sonrisa de la awicha? Al final, el oro es una buena reserva de valor y no depende de la moneda de otros países. ¿Para qué correr riesgos? Además, ¿qué te hace pensar que ahora te vas a volver un experto financiero, por un curso por internet? ¿Cómo vas a hacer un buen uso de los activos de la abuela si en seis años te has tirado 100 mil verdes sin medida ni clemencia? Tranquilízate bro y busca otras formas de financiar la crisis, podrías conseguir préstamos y atraer inversión externa, por ejemplo. No pongas en riesgo el patrimonio de la familia.

Por supuesto, cualquier parecido con la realidad de la economía boliviana de esta historia es mera coincidencia. Pero por si acaso, tengo dos incisivos centrales del tamaño de chiclets Adams y un camino poderoso, ambos de oro macizo de Coro Coro por si alguien del Banco Central me quiere comprar. Referencias aquí.

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