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25 de agosto de 2019, 4:00 AM
25 de agosto de 2019, 4:00 AM

El voto no es suficiente elemento constitutivo de la democracia pese a que es la fuente de legitimidad y poder. De hecho, los gobernantes totalitarios llegaron al poder a través de las urnas y lo usaron para reproducirse en el poder. Por ejemplo, el Partido Nacionalsocialista de Adolfo Hitler, el Führer (líder o jefe en alemán), obtuvo poco más del 37% de los votos en 1932, cuando se realizaron las últimas elecciones con garantías democráticas en Alemania.

Socialistas y comunistas tenían más votos, pero por ambiciones que relegaron el bien mayor no lograron una alianza estratégica y terminaron nombrando canciller a Hitler, que aceptó tener solo dos ministros nazis para inocularse en el poder y aplicar su táctica de romper el Estado democrático desde adentro.

En marzo de 1933, después del incendio del Reichstag, armado por el nazismo para culpar a los comunistas y justificar la suspensión de las libertades civiles para perseguir a sus adversarios políticos, Hitler convocó a nuevas elecciones y logró un 44%. Como no alcanzó mayoría absoluta, ilegalizó mediante decreto presidencial al partido socialista alemán. Esta arbitrariedad le permitió su objetivo, después, disolvió ‘legalmente’ el propio Estado democrático.

La misma historia

El Partido Nacional Fascista de Italia también llegó al poder constitucionalmente. El rey Víctor Emmanuel III entregó el mando el 28 de octubre de 1922 a Benito Mussolini, tras “la marcha sobre Roma”, organizada por los fascistas para obligar a dimitir al primer ministro de entonces, Luigi Facta.

Ya en el mando, Mussolini suprimió la libertad de información y ordenó controlar todo medio difusor de ideas. Para lograr el control total, reformó la Ley Electoral, persiguió a sus adversarios y organizó en 1924 unas elecciones generales en las que obtuvo dos tercios.

Hitler y Mussolini salieron muertos del poder.

Los dictadores jugaron al voto

‘El jefe’, ‘El generalísimo’, ‘El benefactor’, ‘El padre de la patria nueva’, Rafael Leónidas Trujillo Molina, el dictador sangriento de República Dominicana, gobernó el país caribeño durante 31 años montado en el discurso de que era amado por su pueblo. Sus ‘llunkus’ convirtieron el culto a su persona en la base de su permanencia en Palacio.

Como resultado de ello, el Congreso aprobó por abrumadora mayoría el cambio de nombre de la capital Santo Domingo por Ciudad Trujillo. No solo eso, casi a todas ‘sus obras’ pusieron su nombre, incluso a una provincia y a un cerro. Para hacerlo más excelso, sus ‘súbditos’ articularon un lema para reproducirlo en cada acto: “Trujillo en la tierra, Dios en el cielo”, tramitaron ante las universidades distinciones (Doctor Honoris Causa) y lo recomendaron para el Premio Nobel de la Paz.

El dictador ganaba elecciones con más de dos tercios de voto. Las masacres, persecuciones y encarcelamientos de dirigentes sindicales y políticos no le restaban ni un voto. Trujillo cambiaba en el Congreso las reglas cuando quería. Participó por primera vez en elecciones en 1931; en 1934 se volvió a hacer habilitar como candidato. En 1947, ante fuertes críticas internacionales, ordenó dejar participar a tres partidos, pero igual terminó ganando con el 90%.

‘El jefazo’, perdón ‘El jefe’, se declaró defensor del medio ambiente y, en un primer momento, antiimperialista. En situaciones clave buscó llevarse bien con la Iglesia católica. Sus estólidos seguidores repetían que gracias a él había estabilidad política, avances económicos y nadie podía sustituirlo.

Otro dictador que apeló al voto fue Alfredo Stroessner que derrocó en 1954, mediante un golpe de Estado, al presidente Federico Chávez. Como quería ser presidente legítimo de Paraguay, convocó a unas elecciones y ganó.

Llegó a controlar todos los poderes con el Partido Colorado y el Ejército. El dictador aseguraba que su país era democrático, pero perseguía y enjuiciaba a todos los opositores; juraba que había libertad de prensa, pero si escuchaba una crítica, mandaba a callar al osado.

Durante la era Stroessner, la economía creció hasta el 11%. Para ostentarlo construyó escuelas, carreteras, hospitales y centrales hidroeléctricas. A cada obra que realizaba lo bautizaba con su nombre; incluso sustituyó el de Puerto Flor de Lis por Puerto Presidente Stroessner, hoy Ciudad del Este.

El 25 de agosto de 1967, el tirano promulgó una nueva Constitución que permitía una sola reelección presidencial; en 1977, ordenó modificarla para reelegirse indefinidamente. Se quedó 35 años en Palacio; fue ‘reelegido’ en ocho ocasiones, según sus secuaces, “por voluntad del pueblo”.

En Cuba, hay también elecciones, pero no democracia, aunque la dictadura de la isla suele decir que tiene una democracia a su modo.

El Estado Plurinacional

En Bolivia, millones de electores votarán en octubre próximo con la ilusión de resucitar la democracia y el riesgo de legitimar al gobernante totalitario que no quiere dejar el poder. Para sustentar teóricamente mi conclusión de que voto no es sinónimo de democracia, probado con hechos reales líneas más arriba, me basaré en Alain Touraine, Norberto Bobbio y otros estudiosos de la democracia.

Ambos coinciden en que un sistema político para ser democrático debe cumplir al menos cinco requisitos:1) tener un límite al poder; 2) derechos y libertades, garantizados por el Estado; 3) representatividad; 4) pluralismo, y 5) verdadera posibilidad de alternancia.

El primer requisito significa que un gobernante no puede reproducirse ad infinitum en el poder por muy bueno que sea; tampoco puede acumular todo el poder en una sola persona. El límite uno es el voto porque convierte la decisión de los gobernados en un mandato de cumplimiento obligatorio. Organizar otras elecciones para revocar una previa decisión popular, más aún si fue asumida en referéndum (21-F), es romper ese límite porque sobrepone a una persona por encima de millones.

El límite dos es la Constitución Política del Estado, que establece periodos de gestión a un gobernante, fija procedimientos de administración de la cosa pública y establece la distribución de poder para evitar el totalitarismo.

En ningún caso, la Constitución Política del Estado puede ser modificada sin consentimiento del soberano. Si un gobernante rebasa este límite y recurre a un órgano constituido para invalidar la orden del Constituyente, el político que procedió de ese modo habrá impuesto su voluntad en desmedro de la voluntad general.

El gobernante Evo Morales rompió ambos límites; hoy tiene un poder ilimitado, controla los poderes Ejecutivo, Judicial, Legislativo, Electoral, Ministerio Público y Defensor del Pueblo. Es más, controla organizaciones de la sociedad civil.

El segundo requisito tiene que ver con la neutralidad del Estado para garantizar a un ciudadano sus derechos y libertades frente a cualquier funcionario que pretenda violarlos. El Estado Plurinacional es un aparato represor al servicio del Movimiento Al Socialismo (MAS). Las últimas víctimas: Franclin Gutiérrez y Sergio Pampa, presos políticos.

El tercer requisito exige al gobernante defender los intereses de la comunidad y no los de un grupo. En el Estado Plurinacional de Bolivia, hay un grupo privilegiado: los barones de la coca.

El cuarto requisito prohíbe a un gobierno legitimar su poder sobre aspectos como la raza, etnia, clase social, religión para homogeneizar las sociedades. El MAS promueve la supremacía indígena/aymara.

Quinto requisito exige al Estado garantizar elecciones transparentes y la participación de los partidos en condiciones de igualdad. Los siete vocales del Tribunal Supremo Electoral no garantizan elecciones transparentes y libres. El presidente Evo Morales y el vicepresidente Álvaro García Linera usan bienes y servidores públicos como suyos.

En estas condiciones antidemocráticas, seis millones de bolivianos irán a votar sin saber si legitimarán a un dictador o resucitarán la democracia. Si lograrán resucitarla, no tienen la garantía de que el “hermano Evo” respete su decisión.

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