26 de junio de 2022, 4:00 AM
26 de junio de 2022, 4:00 AM


Escribo columnas de opinión económica hace varios años y, por supuesto, aprecio el debate democrático de las ideas. A lo largo de este periodo, he tenido muchas enriquecedoras discusiones. Algunos economistas del oficialismo, de ayer y hoy, han tenido la deferencia de contestar mis artículos con argumentos, datos y altura. 

Sin embargo, en los últimos tiempos esta sana práctica de la esgrima de ideas está siendo substituida, en especial desde algunas partes del Estado, por la descalificación, la obsesiva propaganda, la posverdad y la ponzoña ideológica. Para esto ha surgido un ejército de monaguillos que disparan desde los sótanos del poder. En las redes sociales la cosa es peor. El veneno inútil y la estupidez glorificada circulan a sus anchas. Desde el anonimato, una tropa de afiebrados de odio, tontos solemnes y ágrafos consuetudinarios pierden enormes oportunidades para quedarse callados.

Felizmente, hay muchas y honrosas excepciones en la opinión pública y también en el ciberespacio. Son ellos, con sus críticas y comentarios, que nos inspiran a seguir en la trinchera de las ideas.

En las últimas semanas, se publicaron varios artículos críticos, escritos por funcionarios públicos de diferente rango, teledirigidos a su seguro servidor dominical. Generalmente no contesto a las diatribas de la coyuntura. Pero hoy haremos una excepción con el ánimo de aclarar el horizonte y resaltar el déficit de democracia en el debate económico. Por supuesto, no monopolizo los torpedos del oficialismo. Cargo la pesada cruz de la incomprensión del poder junto a varios de mis colegas de profesión. Lejos de mí, la peregrina idea de representarlos y defenderlos. Mi objetivo es más modesto. Busco realizar una taxonomía de cómo el poder busca “romperles la madre” a los opinadores económicos. El común denominador de las respuestas del oficialismo es que ataca a la persona y no rebate sus ideas.

Una línea de la crítica oficialista es que somos unos pitonisos fracasados y despechados. Anunciamos un desastre económico que no llegó y nunca llegará. No aciertan ni una predicción, nos reprochan desde los balcones del poder torturando los datos. El gas se está haciendo gas. ¡No! Aves de mal augurio. El enorme déficit público es un problema. ¡No! Kenchas tuertos. Mantener al 80% de las personas con una ocupación de mala calidad en el sector informal es un espejismo económico insostenible. ¡No! Falsos videntes. Frente al deterioro evidente de algunos indicadores económicos, el camino es descalificar a los opinadores.

Por otra parte, desde el árbol del poder, circula la consigna de que la única razón por la que escribimos los analistas económicos es para causar zozobra y especulación, y, por supuesto, lo hacemos desde la única escuela que el Gobierno conoce: el neoliberalismo. Para la nomenclatura del poder y sus exegetas solo existen dos corrientes económicas en el universo: ellos, el luminoso chamanismo leninista, y los hijos putativos de Adam Smith, todos adiestrados y mandados por el imperio. Ni se les ocurre que puede haber una diversidad de pensamiento económico y perspectivas teóricas como: el institucionalismo, el neoestructuralismo, el keynesianismo y otros. ¡Pamplinas! Dicta la nueva religión del poder. Abrió la boca, es un batracio neoliberal.

Además, según los amigos del Gobierno, la voz de los opinadores estaría eternamente embargada si por desventura han ocupado algún puesto público en anteriores gestiones. Su pasado los condena al fuego perpetuo de la ignominia y al silencio por cuatro generaciones. En el caso de su escribidor de domingo, los detractores “descubrieron” que entre 1992 y 1994 ocupé cargos, de rango intermedio, en la administración pública. ¡Listo! Papita para el loro. Comienza el delirio ideológico y fantasía política. Treinta años después descubren que, desde un tercero y cuarto escalón, Nostradamus Chávez controlaba toda la política económica del Gobierno. Más aún, ministros y viceministros de varias administraciones estaban bajo las poderosas y diabólicas ondas cerebrales de su escribidor. Antenita número 1, llamando a antenita número 2. Aquí, antenita número 2…

En un acto magnánimo, algunos de mis jóvenes detractores, me atribuyen poderes supremos en el diseño y manejo de las reformas estructurales. Las privatizaciones, los ataques de caspa, la liberación de los mercados, el achicamiento del Estado y sus consecuencias, antes de 2006, estaban bajo mi control directo. Además, mis poderes son retroactivos, cambian el futuro y tengo habilidades de telequinesis. Por ejemplo, entre 1995 y 1998, como estudiante de maestría, en el exterior, mis recios rayos mentales conducían la capitalización. El exvicepresidente García Linera, a mi lado, un aprendiz de brujo. Él decía tener 70.000 millones de neuronas en acción, en mi caso son, por lo menos, el triple, porque solo así se explica que mis vigorosas ideas viajen más de 10.000 km de distancia.

No quiero ni pensar cuál es la opinión que tienen mis críticos del exministro de Economía y actual presidente del Estado, Luis Arce, quien durante el apocalipsis zombi neoliberal ocupó varios puestos en el Banco Central de Bolivia (BCB), por 20 años, llegando a posiciones de gerencia. Ahora es altamente probable que en el alucine ideológico crean que el economista Arce estuvo encerrado por todo este tiempo en la bóveda del BCB para no contagiarse de las terribles ideas de Adam Smith y sus compinches.

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