29 de septiembre de 2020, 5:00 AM
29 de septiembre de 2020, 5:00 AM

A33 o 56 días de entregar el poder al que resulte ganador en la elección del 18 de octubre, o en una eventual segunda vuelta, respectivamente, el Gobierno de Jeanine Áñez ha sufrido una inesperada crisis en su organización interna, por la salida de tres ministros de Estado del área económica y laboral.

Primero fue Óscar Ortiz, quien dijo que no renunció pero ya tenía sustituto, es decir, fue retirado del gabinete; enseguida renunciaron también el ministro de Trabajo, Óscar Mercado, y el ministro de Desarrollo Productivo, Abel Martínez, y si bien fueron reemplazados en pocas horas por Branko Marinkovic en Economía, Gonzalo Quiroga en Planificación y Álvaro Tejerina en Trabajo, quedó la sensación de que hubo descoordinación, disputas internas casi de cocina y ausencia de un liderazgo capaz de poner orden en la casa y mirar objetivos más grandes.

La razón inmediata fueron las diferencias entre Arturo Murillo y Óscar Ortiz por el manejo del caso Elfec de Cochabamba, pero se sabe que el malestar particularmente de los ministros de la agrupación cruceña Demócratas venía desde que la presidenta Jeanine Áñez decidió declinar su candidatura para no fragmentar el voto de las opciones contrarias al Movimiento al Socialismo.

Al retirarse de la carrera electoral, Áñez dejaba fuera también a todos los candidatos a senadores y diputados de la agrupación liderada por Rubén Costas y los marginaba, por tanto, completamente de la Asamblea Legislativa durante los cinco años de nueva administración.

Aparentemente otra de las diferencias de Ortiz, esta vez con Marinkovic, era por la puesta en marcha del proyecto Viru Viru Hub, en el que se prevé una inversión de 420 millones de dólares entre el Estado y una empresa privada.

En criterio de Ortiz, los nuevos contratos o adjudicaciones importantes debieran dejarse para la próxima gestión.

Tristemente, y pese a que se trata de un gobierno de transición que debió tener un tiempo de administración más corta pero que fue alargada por la pandemia, la gestión de Jeanine Áñez no se caracterizó precisamente por la estabilidad de sus colaboradores; al contrario, desde un comienzo se produjeron cambios incluso en el entorno más próximo a ella misma, como la pronta salida de su primer ministro de la Presidencia.

Esa inestabilidad, a la que hay que sumar la inapropiada candidatura de Áñez que le generó mucha crítica adversa, parece haber desgastado muy pronto la imagen de una mujer que llegó al poder por sucesión constitucional y que parecía proyectar una nueva esperanza para los bolivianos.

Hoy Áñez se acerca al final de su gestión con los tiempos acortados, y muy probablemente ella misma con la frustración de no haber podido hacer más para avanzar en tareas que declaró prioritarias, como la generación de empleo y la reactivación de la economía tan golpeadas por la pandemia.

Es de esperar que su nuevo equipo de colaboradores trabaje en estas pocas semanas de gestión que quedan para dejar un país mejor encaminado, de modo que el nuevo gobierno que llegue encuentre una administración ordenada; pero a la vez Áñez tiene que ser consciente de que no hará en un mes lo que no se pudo en un año, y que la prudencia manda a no tomar decisiones trascendentales para el país en las últimas horas en que se habita Palacio, a poco de entregar las llaves al nuevo inquilino.

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