30 de abril de 2022, 7:15 AM
30 de abril de 2022, 7:15 AM

Por fin el Gobierno nacional entró en razón y actuó con un poco de sensatez con el golpeado sector del turismo nacional al flexibilizar las severas medidas de restricción que hasta ahora había impuesto para el ingreso de ciudadanos de otros países y connacionales desde el inicio de la pandemia.

Resulta que como si Bolivia fuera el bunker mejor cuidado del planeta en materia de seguridad contra el virus, hasta ahora se exigía que los viajeros que ingresen al país debían tener una prueba PCR con 72 horas de anticipación y carnet de vacunación. Hasta ahí, todo estaba relativamente bien, pero también se les exigía un periodo de aislamiento, garantizar un seguro obligatorio de cobertura contra el Covid-19 y remitir información de contacto.

Así, naturalmente nadie que no tuviera una extrema necesidad de llegar a Bolivia se animaba a comprar un boleto a La Paz o Santa Cruz. Ni Estados Unidos, que tiene un sistema de salud infinitamente superior al paupérrimo sistema boliviano, se animaba a tanto: para ingresar al país del norte sólo se exige carnet de vacunación y una prueba de antígeno nasal. Ni siquiera es necesario una prueba PCR, cuatro veces más costosa que la de antígeno.

Es que Bolivia es el país donde lo impensable es posible, donde lo absurdo es la norma y donde el Estado coloca mil trabas allí donde no hace falta ninguna.

Ayer se decidió que en adelante será suficiente el carnet de vacunación, una prueba PCR o una de antígeno nasal para ingresar a territorio nacional.

El ministro de Salud anunció que la última semana se han registrado solo 558 casos de Covid-19, la cifra más baja de toda la pandemia. “Hemos reducido 135 veces la cantidad de casos respecto al pico de la pandemia”, afirmó al referirse a algo que en realidad está ocurriendo en todo el mundo en este proceso de desescalada global de la pandemia.

Por esas razones se decidió la flexibilización de las medidas para el ingreso tanto de extranjeros como de ciudadanos bolivianos que llegan al país para exigir alternativamente solo una de los tres requisitos mencionados.

El caso de las medidas desproporcionadas para el ingreso de ciudadanos al país, si bien positivo en su desenlace, es una muestra de un rasgo típica y desgraciadamente boliviano que en algún momento de nuestra historia tendríamos que proponernos cambiar por nuestro propio bien como país.

Allí donde hay una oportunidad de amargarle la vida a alguien, el Estado está presente de una manera tristemente eficiente para ponerle una cantidad enorme de zancadillas, trampas, barreras y muros o simplemente de complicarle las cosas a la gente.

En general, en todo lugar donde aparece la palabra “trámite”, en Bolivia la palabra adquiere carácter de sinónimo de “me harán la vida imposible”. Por ejemplo, para renovar una licencia de conducir, que debiera ser un mero trámite online dado que ya existe un primer documento, al ciudadano le llenan de exigencias de certificados, desde los médicos hasta los de antecedentes penales y un depósito en una sola entidad bancaria donde las colas son enormes.