11 de agosto de 2020, 3:00 AM
11 de agosto de 2020, 3:00 AM

Si alguien pensaba que con su caída tras el fraude que orquestó a través de los vocales del Tribunal Supremo Electoral a su servicio, Evo Morales había salido definitivamente de la escena política boliviana, se equivocó por completo.
Quizá las imágenes del caudillo huyendo en un errático vuelo que no conseguía permisos para volar en los espacios aéreos de algunos países de la región aquella noche del 10 de noviembre de 2019 crearon una ilusión óptica y mental engañosa y falsamente triunfal en los bolivianos.

En la historia de las naciones democráticas de la región -la nuestra incluida- las salidas forzadas de los mandatarios por la presión de las movilizaciones populares suelen marcar el final de un ciclo, que como en toda acción dinámica de transformación, da paso a una nueva etapa de la historia.
No es el caso de Bolivia, por lo menos no en el caso de Evo Morales, porque él nunca dejó de estar políticamente activo: apenas pocas horas después de su huida, en noviembre estaba haciendo llamadas telefónicas desde México, dando instrucciones para bloquear las carreteras de manera que “no entre comida a las ciudades”.

Y lejos de acogerse a un retiro relativamente digno después de cerca de 40 años de carrera política, contando sus inicios sindicales, de los cuales 14 años estuvo en el poder, Evo Morales no pegó jamás los ojos sin continuar influyendo en la política boliviana primero desde Ciudad de México, luego La Habana y ahora desde el exilio dorado de su lujosa mansión de San Isidro en Buenos Aires.
Y aunque no existe certeza plena de que él personalmente escribe los mensajes de twitter, prácticamente no pasó un día sin que desde su cuenta oficial se manifestaran opiniones, posiciones y en varios casos instrucciones hacia sus seguidores en el país. 

Incluso una radio del trópico de Cochabamba ha creado una rutina semanal de todos los días domingo, dedicada a escuchar largamente a Morales desde Buenos Aires, quien como oráculo responde, marca la línea, elogia o recrimina a sus seguidores según como fue su actuación política en la semana que concluye.

La arremetida más fuerte de Morales desde su huida comenzó después de conocida una entrevista televisiva del candidato del Movimiento al Socialismo, Luis Arce, quien a la pregunta de un periodista respondió y abundó en datos de una encuesta en la que supuestamente su candidatura llevaba buena ventaja frente a los demás aspirantes a la Presidencia.

Tras esa acción, luego demandada ante el Órgano Electoral como una grave falta a la ley que siguiendo la jurisprudencia tendría que derivar en la inhabilitación de la candidatura y el partido de Arce, comenzó la ofensiva masista con el argumento de exigir elecciones el 6 de septiembre y no aceptar ninguna postergación, ni siquiera porque la emergencia sanitaria del Covid-19 pondría en riesgo la vida de los bolivianos en una fecha que coincidirá con el pico más alto de contagios.

Allí, en la metida de pata de Luis Arce comenzó todo: los bloqueos comenzaron a tornarse violentos, con toma temporales de rehenes, muertes de personas en hospitales por falta de oxígeno varado en los bloqueos, y ahora también la escasez de alimentos en las ciudades por la misma razón.

Esto, que en cualquier país del mundo se vería como excesos intolerables que los Estados frenarían con el uso de la fuerza pública, la rigurosa aplicación de las leyes, la detención y procesamiento de los responsables, en Bolivia es casi una anécdota más de las muchas a las que Evo Morales ha acostumbrado al país. 

Un pueblo adormecido por 14 años de vigencia de un gobierno autoritario que sí hizo uso de la fuerza, la manipulación y las leyes para imponer su proyecto político, observa ahora dividido y con impotencia, entre la resignación y alguna intención de no aceptar más los abusos, pero tampoco tiene forma de lograrlo sin que corra la sangre en las carreteras primero y en las ciudades después.

La fecha de las elecciones a todas luces parece nada más que una excusa, de la cual quizá los propios dirigentes sindicales que ejecutan el bloqueo no son conscientes; la estrategia se ejecuta, pero no necesariamente se cuenta con detalles, y se administra en Buenos Aires, con la idea probablemente de buscar la caída de la presidenta Jeanine Áñez, en cuyo caso tendría que asumir la actual presidenta del Senado, Eva Copa, del MAS.

El objetivo final de Morales es la retoma del poder y en 14 años ya demostró suficientemente de todo lo que es capaz para conquistarlo o retenerlo.
Así está Bolivia, rehén de un caudillo que controla la Asamblea Legislativa, las organizaciones cocaleras -que no son nada despreciables en fuerza y recursos-, las organizaciones sometidas como la Central Obrera Boliviana, la estantería del aparato judicial que edificó en esos 14 años y muchos medios de comunicación; un caudillo que decide si ingresan o no ingresan alimentos a las ciudades y que determina cuándo ir y cuándo no ir a unas elecciones.

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