Opinión

Un poder que no es chiste

26 de marzo de 2021, 5:00 AM
26 de marzo de 2021, 5:00 AM

Hace un par de años, en esta misma columna, recordaba la rotunda frase del nobel de literatura, Darío Fo, en la que se refiere a las potencialidades del humor con relación a la política: “La sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos”, señalaba Fo.

El sarcasmo, la ironía, la sátira, la parodia, el chiste, la broma, el meme, utilizados en su justa medida, pueden ser valiosos aliados para enfrentarse a los poderes establecidos, y muy en especial, a gobernantes con aspiraciones totalitarias, hegemónicas, tiránicas y abusivas.

El humor contra el poder puede “matar” de risa a cualquiera, por ese carácter transgresor, que genera empatías en el vecino común, temeroso de las imposiciones y las arbitrariedades de quienes ejercen, temporalmente, un poder público.

El humor es contestatario, rompe el acartonamiento en el que le gusta habitar a las autoridades, con discursos solemnes, soberbios, endiosados, arrogantes y alejados de la cotidianidad en la que vive el ciudadano de a pie. Por unos instantes, el humorista toma el poder y se siente por encima del criticado, le pierde también el respeto y disminuye la distancia o barrera entre él y el político de rango. Se pone de igual a igual.

La creatividad y el fino ingenio permiten simplificar argumentos y hacer accesibles temas y situaciones que, de otra manera, no podrían colarse tan fácilmente en las discusiones más cotidianas del pueblo. No hay arma política más eficaz que conseguir que todo el mundo se ría de algo, y a partir de esa risa, reflexione y rompa esquemas. El efecto contestatario del buen humor permite contradecir certezas y deja espacio para nuevas lecturas de la realidad.

Un ejemplo categórico es el texto del cartel que alguien colocó -junto a una silla azul- en la última masiva concentración, convocada contra el abuso y la persecución política: “Oye Arce: el único golpe fue de la silla”. Ninguno de los presentes, y menos los oradores, pudieron dejar de mencionar y apuntar ese breve, pero contundente mensaje.

El humor juega un papel como medio de censura y crítica ante las barrabasadas y disparates de los actores políticos. Por ejemplo, después que en la Cámara de Diputados obsequiaron Viagra a los legisladores para celebrar el Día del Padre, circuló un meme reprochando esa acción machista, asociada con una protesta por la ineficiencia del manejo de la crisis sanitaria: “Son tan bestias que creyeron que el Viagra se usa para hacer parar al Covid-19”, decía el contenido. A este, se sumaron otros, igual de hilarantes: “Para ser consecuentes con Choquehuanca, el MAS debía regalar papalisa; no Viagra”. “El Viagra a los asambleístas del MAS es para que sigan violando la Constitución”.

El humor le sienta bien a la crítica al poder de turno. Su capacidad contestataria permite incluso provocar una cohesión e identidad colectiva entre grupos de lucha social, aparentemente dispares o heterogéneos. Un empresario o un trabajador en planilla hacen circular, con el mismo interés, mensajes que contienen mucha picardía y una ácida crítica al Gobierno central: “¿Y la reactivación económica?. Disculpe, ahora andamos en persecuciones”. O este último, que muestra el poder -casi subversivo-, contra el que poco se puede hacer: “Fui a la tienda a buscar huevos, me dijeron que no había, que un pueblo llamado Santa Cruz los tiene todos”.



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