7 de abril de 2022, 4:00 AM
7 de abril de 2022, 4:00 AM


No todo es malo en Bolivia, aunque lo malo supera a lo bueno con gran ventaja. Pero las cosas buenas, por escasas que sean, tienen que ser comentadas, porque de lo contrario viviríamos en una desazón permanente que nos convertiría en una nación más amargada y frustrada de la que es, que la haría más desgraciada aún.

Las palabras de Fernando Hurtado, en su discurso de posesión como presidente de la Cainco –pese a que provocó una actitud hostil y maleducada de los ministros de Arce que asistieron al acto demostrando desacuerdo y menosprecio– fue, cuando menos muy esperanzador; refrescante, sería el término adecuado. Habló bien, con soltura, claridad y coraje, como corresponde hacerlo a una persona responsable en las penosas circunstancias por las que atraviesa el país.

Hurtado dijo que existe un cambio de ciclo en el mundo que afecta, naturalmente, a Bolivia. Que hay que adecuarse a las nuevas circunstancias, partiendo por la labor que le corresponde al Estado, que no puede ser restrictiva sino abierta a la actividad privada, principal generadora de bienes y de empleos. Dijo que los cupos, bandas de precios y otras restricciones no pueden continuar siendo ejercidas desde el poder, porque eso resulta como una camisa de fuerza para la economía nacional. En suma, expresó algo que en Santa Cruz se viene diciendo desde hace mucho tiempo, que no es novedad, y es que los empresarios –cruceños principalmente– no piden ni exigen la ayuda estatal, sino de algo que no es complicado ni le cuesta dinero al Estado: que los dejen trabajar. Los emprendedores ven “zancadillas” permanentes del poder central contra sus actividades.

La competencia del Estado con el sector privado jamás ha sido aconsejable porque siempre ha producido contrastes. Está muy claro que el rendimiento estatal es muy pobre si se la compara con la actividad privada. Según los datos que ofreció Hurtado, el rendimiento del Estado en la creación de riqueza es de apenas 3 a 1 con relación a la inversión, mientras que la del sector empresarial es de 10 a 1. ¿A qué conclusiones se puede llegar entonces? ¿Existe alguna duda, que no sea por la vía demagógica, que justifique un enfrentamiento estatal-empresarial?

A esto se agrega, desde luego, ese indiscriminado afán extorsivo de fiscalizaciones extremadamente abusivas, de lo que se queja todo el mundo, imponiendo excesivas multas que llevan al cierre de empresas, cuando habría que esperar todo lo contrario del Estado, es decir buscar la mejor forma de incentivar la producción y recuperar la economía, recuperación de la que tanto habla el presidente Arce. El Estado, más bien, debería disparar su artillería pesada en contra del contrabando, que afecta a todos los proyectos nacionales. Para no mencionar el narcotráfico, desde luego, que ha llegado a superar con creces las cotas más altas de anteriores gestiones. ¿A dónde vamos?

El presidente de Cainco manifestó que es indispensable la existencia de más mercado que Estado. Y dijo también algo que los actuales gobernantes deben de tomar en cuenta cuando hablan a las multitudes donde se sienten cómodos: el empleo es la mejor forma de distribuir los ingresos. Hablar de una mejor distribución de la riqueza y no crear empleos tratando de exprimir a quienes generan fuentes de trabajo es algo inconcebible.

Mucho se podrá escribir y hablar sobre lo dicho por Fernando Hurtado, y seguramente que así será, pero, con excepción de los dos ministros de Arce que demostraron su molestia, fieles al estatismo, lo que escuchamos fue como un bálsamo que nos dice que todavía hay una Bolivia posible.

Al parecer no cabe duda de que en Bolivia existen dos países. No se trata, en modo alguno, de una Bolivia partida geográficamente en dos partes. No es que se le haya puesto “la raya”, como se dice habitualmente. Nada de eso. Lo que existe es una Bolivia con mentalidad estatista que viene de antaño y que está politizada de manera enfermiza, y otra nación con mentalidad de libre empresa, que impera principalmente en el oriente boliviano, pero también en vastos sectores del occidente que se sienten tan amordazados y encadenados como nosotros.

Un poquito de esperanza nos queda todavía, cuando en vez de consignas se lanzan propuestas claras, que nos hacen ver cuál es el camino a seguir. Quiera Dios que no sea demasiado tarde, que todavía exista Bolivia, cuando emprendamos la ruta correcta.

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